ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  4 de enero  de 2023
                               
 

Un Cartero Real en la calle Cuna

Recordábamos ayer cómo el Heraldo de los Reyes Magos se ha convertido en una tradición sevillana que cualquiera diría que tiene encima casi tantos años como la Cabalgata misma. Ocasión que aprovecho hoy, Día del Heraldo, para felicitar a cuantos "gratis et amore" colaboran con el Ateneo para poner en la calle la magia de la Magna Cabalgata para los niños. Nios que con el Heraldo ya no se hacen los líos de los Carteros Reales que hasta hace bien poco se veían en muchos comercios del centro, con atuendos deslucidos y a veces ridícul os, pero que a los que iban a entregar sus ilusionadas cartas les daba lo mismo. Yo ahora quiero rendir homenaje a la memoria al cartero real al que yo entregaba mi carta pidiendo el tren eléctrico que nunca me trajeron, porque todos los años me decía mi madre que los Reyes venían muy pobres. Como en los mármoles clasificatorios de los buzones de la esquina de Correos ponía "Madrid" y "Extranjero", pero no "Oriente", mi tí a me llevaba hasta la calle Cuna para entregar la carta al enviado de los Reyes que estaba sentado en un sillón dorado en el vestíbulo de una tienda de juguetes que era una maravilla en sus escaparates, frente a la Ferretería La Llave. Tienda de juguetes inalcanzables para nosotros. Tienda conocida con dos nombres: el Bazar de los Reyes Magos y la Clínica de las Muñeca s. Allí, en el vestíbulo de la calle Cuna, estaba como embajador de Oriente el cartero real. Ay, viejas tiendas de juguetes con su cartero real en la puerta. Cartas en las que pedíamos apenas dos juguetes, que eran los que los Reyes traían , no como ahora, que en la mañana del 6 de enero llenan el saló n de paquetes, y los niños no saben qué papel de regalo rasgar, qué caja abrir, de tantos y tantos como les traen. Ahora son inundaciones de juguetes los que para nosotros eran apenas dos, y bien modestos y pobres. Los que le habíamos pedido en el sobre que le dejamos al solitario cartero real de la Clínica de las Muñecas, según la llamaban las niñas, o del Bazar de los Reyes Magos, como le decíamos los niños.

Juguetes que no sabíamos cómo traían los Reyes, pues nunca vimos en una carroza de la Cabalgata los Juegos Reunidos Geyper o el Scalextric, o aquel balón de reglamento que resulta que no era de reglamento, sino de badana, que se levantaba al primer punterazo. Los Reyes, en sus carrozas tiradas por mulas, no por tractores, pasaban ligerísimos, como un sueño. Tenían que ir tan ligeros para que no se les agotaran las baterías de coches que habían cedido para iluminar las carrozas de las niñas vestidas todas iguales, como de blancas princesas de espumillón. Sí, la Cabalgata ahora es otra cosa, Magna, pero la ilusión sigue siendo la misma. Mañana, en la Cabalgata, todos seremos otra vez niños a los que los Reyes a lo mejor hasta les traen este año el tren eléctrico que han pedido.

 

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