ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  28 de enero  de 2023
                               
 

Por el arte hacia Dios

Me ha alegrado mucho que la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría haya recibido como académico de honor numerario a monseñor Juan José Asenjo, arzobispo emérito. Ya había tomado posesión como académico de honor en 2010. Ahora es un numerario más, con todo mérito. Asenjo me impresiona por su sentido cristiano de la resignación ante la enfermedad de sus ojos, que lo ha dejado virtualmente ciego. Fue impresionante en aquella solemne misa en la Catedral cuando leyendo un texto litúrgico se le oyó por megafonía: "No veo". Y tuvo que proseguir la lectura el maestro de ceremonias. Desde entonces, y una vez que el Papa aceptara su renuncia por edad a la sede hispalense, Asenjo convive con su más que parcial ceguera de un modo que nos da ejemplo a todos: una conformidad llena de fe y esperanza en la que se ve ni más ni menos que la santidad de la aceptación de la voluntad de Dios, en este mundo hedonista en el que todos protestan por todo y no se acepta el menor contratiempo.

Asenjo es especialista en patrimonio histórico, y se ha ocupado en diversos cargos de los tesoros artísticos y monumentales de la Iglesia de España. En su paso por el Palacio Arzobispal ha dejado su huella de valoración de sus obras de arte, que los sevillanos desconocen. Y con estos temas ha estado relacionado su discurso de ingreso en Bellas Artes: "La via pulchritudinis", en referencia a la carta que Juan Pablo II dedicó a los artistas en 1999 y en la que hablaba de la misión evangelizadora que tienen los numerosos tesoros artísticos que custodia la Iglesia. En mejor sitio no ha podido poner la era nuestro querido pastor retirado, en esta Sevilla donde hay tanta belleza en los templos parroquiales, en los conventos, hasta en las humildes espadañas recortadas en el velazqueño cielo azul. Citando al Papa Francisco, dijo que "la belleza tiene más fuerza de transformación que la metafísica y la ética, y posee además el poder de dignificar la vida de las personas». Que se lo pregunten a los sevillanos que se impresionan ante la penumbra de una alejada iglesia donde se palpa y se siente que está Dios. Como decía aquel cura de Santa María la Blanca cuando lo destinaron a la parroquia de un barrio nuevo: "Antes, por las mañanas, cuando abría la iglesia sentía que allí estaba Dios; ahora aquí, en esto que parece un hangar de aviación, tengo que hacer grandes esfuerzos para creerlo".

Por no hablar de la belleza de las imágenes procesionales, o incluso de los olvidados crucificados o dolorosas de una apartada capilla sin culto en una iglesia que no es precisamente de las incluidas en los circuitos turísticos. Así lo siente el sevillano y así lo dijo palmariamente mi admirado Don Juan José al alertar sobre «una secularización de la sociedad que se impermeabiliza contra lo religioso". Será por ahí fuera, Don Juan José: aquí en Sevilla el mejor remedio contra la secularización son las lágrimas que a muchos que apenas van por la iglesia se les caen al ver por la calle en Semana Santa la belleza divina de sus imágenes, y que van por el arte hacia Dios".

 

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