ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  3 de febrero  de 2023
                               
 

Un fluorescente y azulejos

La crónica de la vida sevillana se convierte muchos días en una Oficina de Objetos Perdidos. "El libro de las cosas perdidas", tituló Rafael Montesinos una de sus primeras obras (1946). Muy en la línea del Antonio Machado de "Otras canciones a Guiomar": "Se canta lo que se pierde". Es lo que aquí muchos días evocamos: la ciudad perdida, su identidad cambiada, la desaparición de su personalidad, su conversión en Parque Temático... con cornetas y tambores. Lo malo que esto no es así de ahora, sino de siglos atrás, de siempre. La Giralda está cimentada con el acarreo de piedras de la abandonada Itálica. Sevilla siempre está perdiendo cosas, como esas señoras que no saben dónde han dejado el teléfono móvil cuando suena. Bécquer, ya establecido en Madrid, en uno de sus regresos a Sevilla nos dejó escrito que habían desaparecido muchas cosas sin saber cómo y aparecido otras nuevas sin saber para qué.

¿Hay otra ciudad donde pueda leerse obituarios de comercios tradicionales, o es algo estrictamente nuestro? ¿Hemos inventado aquí el gorigori del comercio tradicional cerrado? No creo. Leemos que en muchas otras ciudades, entre la crisis, el cambio de costumbres, la inflación, las rentas antiguas y otros males de nuestro tiempo desaparecieron muchos negocios que le daban carácter. Ya nada es lo que era, y les evito, porque la tienen en la memoria y quizá me la hayan leído recientemente, la relación de establecimientos del centro que daban la fisonomía propia a lo que entendíamos por Sevilla y que ahora son franquicias que hacen que las ciudades parezcan repes, todas con los mismos comercios. Hasta el punto de que los clásicos que han resistido nos parecen como museos, como jirones de otro tiempo, como arqueología viva, dignos por cierto de todo apoyo y promoción tanto por los poderes públicos como el poder del público, que acuda a ellos a consumir y a comprar.

Con el auge del turismo, quizá sea en los bares donde más notemos estos cambios que comento. Don Alfonso Maceda, nuevo presidente de los hosteleros sevillanos tras la dimisión de Álvaro Peregil en su sustitución de Antonio Luque, nos ha dado la clave de estos cambios, refiriéndose a los bares que buscan los turistas, sustentadores de nuestra economía: "Buscan dos tipos de bares. El típico con comida tradicional y de eso hay bastante. Y luego también buscan el bar que ofreciendo comida de cercanía es un poco de diseño y más especial. La oferta de Sevilla es bastante buena. En seis años ha habido una revolución en la hostelería sevillana con locales mucho más cuidados en la estética y en la decoración. Antes lo que había eran muchos negocios pequeños regentados por familias con un fluorescente de luz blanca y los azulejos en la pared y la barra. Ahora hay otra cosa." La descripción es perfecta: un fluorescente y azulejos. El marido y los hijos en la barra y la madre en la cocina, haciendo sus platos caseros. El cambio de eso a las mesas altas, los platos cuadrados y los camareros vestidos de negro ha sido, como dice Maceda, una verdadera revolución, que en algunos casos ha hecho a Sevilla irreconocible. De Oficina de Objetos Perdidos, vamos.

 

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