ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  7 de febrero  de 2023
                               
 

Para el libro de las cosas perdidas

Me envía un lector una fotografía de la vieja carbonería de la calle Parras esquina a Relator, la única que queda en Sevilla donde vendan cisco para la copa, y me anima a que sigamos haciendo como una continuación de "El libro de las cosas perdidas" de Rafael Montesinos, según señalábamos el otro día al hablar de los antiguos y nuevos bares: de aquellos de antaño que eran "un fluorescente y azulejos", la madre en la cocina y el padre y los hijos atendiendo la barra, a los actuales de la cuidada decoración y las tapas más insólitas que puedan pensarse. Y este mismo lector, para demostrar el ancho campo que queda siempre si nos metemos por los senderos y vericuetos de la Sevilla de la memoria, me envía una serie de recuerdos que por sí solos ponen en pie todo un viejo mundo sevillano, que la mayoría de los lectores no han llegado a conocer.

Empieza este lector por la misma Campana, esquina a San Eloy, donde delante de Zara se pone a vender su mercancía el hombre del paloduz, en sevillano "orozuz de palo". Nos evoca el Bar Flor, en esa esquina de lo que antes fue Casino Sevillano, al que metieron fuego cuando la Sanjurjada. Y la Ferretería El Tornillo en Santa María la Blanca, con su enorme tornillo de cartón presidiendo el escaparate. Y la piscina sólo para mujeres en la Huerta San Pagés, para que no crean que el feminismo es un invento de ahora: ahí tienen a la sevillana Victoria Kent sin ir más lejos, una política tan popular que hasta salió en un chotis, en el "Pichi".

Y las viseras para el sol hechas con cartones de tabaco y una gomilla que se vendían en los campos de fútbol y cuyos vendedores pregonaban: "¡Viseras para el sol! Por una cala que quita todo el sol de la cara". Y ya que hemos hablado del cisco picón de la calle Parras, las alambreras para el brasero que se podían comprar en las ferreterías o en las propias carbonerías.

En todas las ventas a granel, especialmente en los puestos de las plazas de abasto y en los ultramarinos, los compradores pedían "el cominito", que era la voluntad del vendedor de agradar al cliente añadiendo unos gramos a la mercancía a granel que había solicitado, fueran pijotas, fueran pescadillas, fueran garbanzos, fueran chícharos.

En la contraportada del ABC venía muchas veces el anuncio de la Escuela Radio Maymó, de Barcelona, para estudiar por correspondencia, cuyo director era don Fernando Maymò Gomis. Los componentes necesarios para armar tú mismo la radio los comprabas en la Casa Lamparter, en Trajano esquina a Aponte. No lejos de la Auto Escuela Madrid, de don Vicente Mompín, en la calle Jesús del Gran Poder. No tan antigua como la Escuela de Conductores del Garaje San Agustín, en la Puerta Carmona. Y junto a Deportes Z en la calle Sierpes, el mínimo local de la betunería, la única que ha resistido hasta hace poco en una calle donde también estaban Bedmar y Carmona. ¿Qué Sevilla era mejor, en cuál era la gente más feliz? Sencillamente era otra ciudad, ya desaparecida, que poco tenía que ver con la actual, salvo el carácter de su gente, su alegría, su luz, sus tradiciones... A veces no estoy convencido de que sea el libro de las cosas perdidas, que es mejor olvidarlas. Ahora se vive mejor y con muchísimas más comodidades.

 

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