ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  3 de abril  de 2023
                               
 

Colgar balcones

En la Semana Santa se nos da la oportunidad anual de vivir la ciudad soñada. La belleza efímera de una candelería encendida es como un símbolo por encima de las horas de la luz que da carácter a Sevilla. Todo se engrandece y embellece como en una ensoñación, como en una nube de incienso atravesada por el sol de la tarde o haciendo más noche las horas en que ya hace tiempo que atardeció y se encendierion los cirios de los tramos de nazarenos. ¿Sol y sombra, como en los toros? Pues quizá si. Hay cofradìas como hechas para que les dé el sol, como hoy al Cautivo de Santa Genoveva, y otras como pensadas para salir ya apenas sin luz, en sombras, como El Museo.

Y todo, en una ciudad que quiere que todo sea como siempre fue, que quiere desafiar el paso del tiempo y que se mira en sí misma, en los espejos de sus cielos únicos, y se gusta. Una ciudad adornada como una novia, que dice el texto evangélico sobre esta nueva Jerusalén. Ayer amaneció Sevilla con centenares de balcones colgados. "Colgar balcones" sigue siendo la forma en que la ciudad se viste sus mejores galas. Sorprende a los de fuera lo bien vestida que va la gente en estos días, pero más todavía llama la atención a los forasteros lo elegantes que están hasta los balcones, con sus colgaduras. Con las colgaduras de damasco rojo es como si los balcones también se vistieran de nazareno. Se visten para la Pasión, en una belleza cuyo autor se desconoce: rojo damasco y galón dorado. Y a veces, en las esquinas, unos guardabrisas con unos codales de cera encendida, como si fueran las esquinas de un paso. Y engrandeciéndolo todo, la palma nueva, atada con cintas de los colores de la hermandad de la familia.

Tan acostumbrados estamos a ver a Sevilla entera con todos sus balcones adornados con las colgaduras que ya apenas nos sorprenden. Pero lo más aleccionador es que nadie manda adornar los balcones, ni el alcalde echa un bando, ni el delegado de Fiestas Mayores da instrucciones. El sevillano, espontáneamente, adorna lo que más se ve de su casa: los balcones. Guarda de año en año, como las túnicas de la familia, las colgaduras. Que en el final de la Cuaresma saca a limpiar y planchar para que en estos días grandes la casa luzca como siempre lo hizo por estas fechas. ¿Quién inventó esta feliz combinación de colores del damasco y el galón de oro, que suena a vestido de torear, damasco y oro? ¿Cuantos siglos tendrá la costumbre sevillana de colgar balcones, como en el Corpus se adornan las fachadas enteras, como se hizo cuando las bodas del Emperador Carlos en 1526?

Si se fijan, son colgaduras hechas a medida, no de serie, cortadas y cosidas con el alto y el largo justos de los hierros dd los balcones. Si es un balcón corrido, es una larga colgadura; si pequeños balcones, trozos de tapices como de miniatura de decoración de un gran salón. No hay, como en el Corpus, concurso de balcones. No hace falta. Todo sevillano que, igual que sus antepasados, saca de año en año los paños de damasco para colgar los balcones merece el primer premio. El primer premio de belleza, de elegancia, de refinamiento de una Sevilla que cada Semana Santa se da a sí misma la oportunidad única de la ilusión de hacernos sentir que vivimos en la ciudad soñada.

 

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