ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  7 de abril  de 2023
                               
 

Tres días que son uno

Si alguien por el ancho mundo quiere saber lo que es la continuidad de las horas, como los relojes blandos de Dalí, que se venga a Sevilla en estos días. No lo han estudiado los expertos de los observatorios astronómicos, pero deberían. Sevilla es el único lugar del mundo donde la Madrugada acaba a la 1 o 1 y media de la tarde. Se equivocan los relojes y la propia lengua española. La Madrugada es según el DRAE "tiempo posterior a la medianoche y anterior al amanecer". Primero, que no es tiempo anterior a la medianoche, hora en que la cruz de guía de la Esperanza Macarena ya está en la calle; y en cuanto al amanecer, es cuando queda aún por vivir mucho de lo prodigioso que nos espera aguardando a La Que Está en San Gil. Y si esto es con respecto al meridiano de Sevilla, igual con el de Triana, donde la Madrugada de la Esperanza marinera acaba oficialmente mucho más tarde, a las 13,25 de la mañana, con el sol más que alto en calle Pureza.

Llega un momento en la Semana Santa, hoy, en que los días se funden y confunden, que todo parece una sola larga jornada, una sola puesta de sol, un solo amanecer, de la continuidad en sentimientos y emocionos. Que siempre hay una cofradía de guardia en la calle. Cuando entra la hermandad de las Siete Palabras ya no es Miércoles Santo. Son las 3 y 15 del Jueves Santo, una jornada que empieza con la solanera haciendo más clásico el paso de la Virgen de la Victoria de las Cigarreras y donde Montesión y Pasión se solapan con las cofradías de la Madrugada que ya están en la calle.

El poeta Rafael Montesinos nos hizo certeza este día continuo, que en realidad son tres: "Salgo de esta madrugada/medio loco y medio muerto./La Virgen dio el Cielo abierto/a su ciudad más amada." El cielo y los relojes. Todo es como un largo día, en el que no se sabe si hay que atrasar o adelantar el reloj. Al reloj del corazón me refiero, al reloj de los recuerdos, de la memoria, de las emociones, de los sonidos. Porque no acaba de entrar la Esperanza de Triana cuando, en esa misma banda del río, está saliendo el Cristo de la Expiración, al que Cachorro lo llaman. Y por no salir del río, en la orilla sevillana está el sol del Arenal como escapado del tendido 12 de la plaza, esperando el terciopelo azul Carretería, azul cielo de cansancio y de plétora de belleza, del centenario paso del Cristo de la Salud en su desafío al espacio de la pequeñísima capilla de los Toneleros.

Y cuando aún escuchamos los recuerdos de los redobles de la Centuria Macarena ya estamos oyendo la esquila del muñidor de La Mortaja, en estos días en que la ciudad sabe que está el Señor muerto, muerto por salvarnos, y que por eso hemos vivido estos tres días como si fueran uno solo. Que lo son. Me lo dice el incensario, "péndulo del tiempo" en el acierto del poeta de "El rito y la regla", que va marcando las horas para hacernos creer que este prodigio de tres días es uno solo. El día de la Ciudad de Dios, que creó el tiempo y esta ensoñación loca de horas a la que llamamos Semana Santa.

 

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