ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  28 de abril  de 2023
                               
 

El Real y Realito

Escribíamos ayer por qué con rigor lingüístico nadie sabe explicar por qué le llamamos "El Real" a la parte de casetas y paseos de la Feria, y vamos a seguir hoy, aunque me ponga pesado, con la palabra. El real aquel que pregonaban los cocheros de punto es el mismo de la sevillana clásica que no sé si en la campaña de Cruzcampo han puesto en las balconeras de Los Remedios que llevan al Real. Real es todo lo que no es calle del Infierno o aparcamiento en el Charco de la Pava, famoso antaño por su venta flamenca, donde se escuchaban tan buenos cantes. Aquella sevillana clásica, de las que ya no se tocan por los conjuntos en las casetas ni las canta nadie: "Pastillas de jabón, a real,/pastillas de jabón". No creo que las pastillas de jabón tengan nada que ver con el nombre de El Real de la Feria.

El que sí tuvo que ver con El Real, y bastante, fue el maestro Realito. Bailarín y maestro de baile flamenco, nacido en Sevilla en 1885 y muerto aquí en 1969, cuyo verdadero nombre fue Manuel Montosa Real, conocido en el mundo del flamenco como "Maestro Realito", el de la academia de baile del final de la calle Trajano, esquina con la Alameda, no lejos por cierto de donde tenían su taller Las Pardales, famosas modistas de trajes de flamenca, antecedente del buen gusto de Lina y creadoras de la moda para la alta sociedad sevillana. Realito, según el repertorio Mcnbiografías, fue discípulo de La Campanera y debutó en el Teatro del Duque. Estuvo de gira por todo el mundo con un cuadro flamenco: bailó en el Palacio Imperial de Rusia, en Londres y ante el Rey Alfonso XIII. Desde muy joven se dedicó a la enseñanza del flamenco en su Academia de la Alameda, siendo además, durante algunos años, catedrático del Conservatorio. Entre sus alumnos estuvieron Antonio Ruiz Soler, "Antonio el Bailarín", y su pareja Rosario (Florencia Pérez Padilla), que presentó al público en la Exposición de Lieja, con el nombre artístico de "Los Chavalillos Sevillanos".

Aún existe en esa esquina de Trajano el azulejo de la academia de Realito, de donde tantos artistas salieron, y donde era costumbre que en vísperas de Feria las madres mandaran a sus hijos para que aprendieran a bailar sevillanas, a los sones de un pianista, en un salón con una columna de fundición en el centro. Nuestra madre nos mandó con la tata al salir del colegio a mi hermana Pilar y a mí a clase de sevillanas con Realito. Mi hermana cogió de inmediato los pasos de la primera. Pero servidor fue incapaz de aprender sevillanas con Realito. Me trabucaba los pies intentándolo, desgarbado. Tanto, que Realito, en su fracaso con aquel niño de la Doctrina Cristiana tan malaje, le dijo a la criada:

-- Dile a tu señora que la niña puede volver mañana a la clase, pero que no se gaste un duro el niño y que no venga más, porque no se puede hacer carrera de él.

Y ahí terminó mi experiencia como discípulo de Realito. Aquel Antonio de la academia de Realito no era Ruiz Soler precisamente. Y nunca, claro, bailó sevillanas en el Real.

 

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