ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  8 de junio  de 2023
                               
 

Un día que es una mañana

El viejo refrán de "tres jueves hay en el año que relucen más que el sol" tiene un versión sevillana que nadie ha escrito, ni mucho menos rimado como en un antiguo romance. Podría decir, más o menos: "Dos madrugones tiene Sevilla y una Madrugada en que la ciudad termina encontrándose siempre con su mismidad, vistiéndose de su identidad inalterable, orgullosa de ser lo que es y de mostrarse tal como es". Hoy es uno de esos madrugones, al que llamamos "la mañana del Corpus". El otro madrugón es otra mañana: "la mañana de la Virgen". Que no hay que aclarar que es la Patrona, la Reina de los Reyes, la del baldaquino de la Capilla Real: "Per Me Reges Regnant". Estos son los dos madrugones. Y la Madrugada no necesita más aclaración que el ruán, el esparto, los pitos del Silencio, las mariquillas, los armaos, el terciopelo verde, la Capitana marinera cruzando el puente, el crujido de la Cruz del Calvario, la alegría canela y clavo de una cruz al hombro con todo el arte romaní.

Es curioso que los dos madrugones coincidan con la calor. Calor de primavera avanzada de la mañana del Corpus; calor veraniego y pegajoso de la mañana de la Virgen. Y que los dos madrugones empiecen en la Catedral, bien tempranito, casi a las claras del día, en los momentos en que podemos ver el primer sol sobre la Custodia o sobre el palio de tumbilla de la Virgen.

Dos días que se resumen en una mañana. Que parece que acaban en una mañana. Dos días que tienen sus ritos sevillanos, una vez que hemos adorado a Dios y le hemos rezado a la Virgen. El rito de los calentitos. Parece que la mañana del Corpus no ha terminado, mientras van los estandartes de vuelta a sus cofradías de penitencia y a sus hermandades sacramentales y de gloria, hasta que se fríe en Sevilla la última rueda de calentitos, ya con la ciudad casi desierta. Como los calentitos marcan también el reloj de la Madrigada, a esa honra incierta de una Esperanza por el puente y la Alameda, en que la noche dice que aún falta mucho para el amanecer con vencejos.

En el Corpus, cuando acaba la procesión, cuando ya ha desfilado la tropa ante la Custodia delante de la Puerta de los Palos parece que, con la mañana, se ha terminado el gozo del día. Queda, sí, la tarde toros en la plaza del Baratillo. Donde ojalá, como Catedral del Toreo que es, coronen un día de septiembre del año que viene a la Virgen de la Piedad. Pero en esta tierra de nostalgias, de calentitos que ya no se fríen junto al Arco del Postigo, siempre la tarde torera es un recuerdo de aquel irrepetible "Corpus capicúa" del 18-6-81, cuando Curro Romero, Manolo Vázquez y Rafael de Paula, con los toros de Bernardino Píriz, construyeron aquel sueño en la tarde de España en la que todo el que es torero se viste de luces.

Entró la Custodia, repicó por última vez la Giralda, se fue, desfilando, la tropa. Se hace alto y veraniego un sol de abanicos y cretonas, el olor de romero que ya nadie recuerda que hubo por la mañana. La ciudad va quedando desierta. Sí, esta hora del día que dura sólo una mañana tiene una incierta sensación de tristeza.

 

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