ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  11 de julio  de 2023
                               
 

Subir a la Giralda

Si hacen la pregunta ante un grupo de sevillanos, quizá se lleven mi misma sorpresa. Les pregunté:

-- ¿Cuántos de ustedes han subido a la Giralda?

Y resultó que solamente dos sólo habían subido. Pero no ahora, de mayores, sino cuando eran niños. A uno lo había subido su tía, muy amante de las cosas de Sevilla; a otro, su padre, aunque era tan chico que apenas lo recuerda. El número de sevillanos que nunca ha subido a la Giralda me parece que va en aumento desde la restauración de la Giganta que emprendió el arquitecto Alfonso Jiménez con el aparejador José María Cabeza en los años 80 del siglo pasado. Hasta entonces, a la Giralda se subía desde el atrio de la Puerta de los Palos, donde había una pequeña puerta y una taquilla para sacar la entrada. Al sevillano, viendo la taquilla y la puertecita, le entraba la curiosidad de subir, y muchos lo hacían con toda la familia. Nada gustaba más que subir a los niños, era como una forma de apuntarlos a la sevillanía. Pero tras la conversión de la Catedral en pieza de museo con la Magna Hispalense de la Exposición de 1992, se cerró esa puertecita de la Puerta de los Palos y hay que entrar desde la propia Catedral. Aunque no se sabe tampoco que la entrada en la Catedral es gratis para los sevillanos, enseñando el carné en taquilla turística de la Puerta de San Cristóbal. Para mí que esa es una de las causas de que cada vez haya menos sevillanos que hayan subido a la Giralda: nos creemos que es cosa para el turismo. Y no saben que para nosotros es gratis total.

Animo a los que no lo hayan hecho todavía que suban a la Giralda. Es una experiencia única ir ascendiendo por sus 35 rampas de ladrillo e ir viendo la ciudad cada vez más pequeña y el horizonte del alfoz cada vez más cercano conforme se va subiendo y se va mirando por los huecos de los balcones, preservados con rejas anti-suicidas, como el cuerpo de campanas. La plaza de la Virgen de los Reyes cada vez va pareciendo más una miniatura de sí misma. ¿Es cansado? Pues sí, fatigoso, y más las señoras con tacones, hasta que se llega a la última rampa y por 17 escalones se accede al cuerpo de campanas, 18 de volteo y 6 de badajo. La mayor se llama Santa María la Mayor y pesa 5.362 kilos. Le siguen en las esquinas las de San Miguel, San Cristóbal, Santiago, Santa Catalina y Omnium Sanctorum, aparte de la campana de las horas del reloj. Un mirador único de la ciudad soñada, donde todo parece al alcance de la mano, incluida la plaza de toros. Atrás hemos ido dejando en la subida las cámaras interiores, donde antaño vivían los campaneros. En la cámara de la rampa 30 nació Sor Bárbara de Santo Domingo (1842-1872), monja dominica del convento de Madre de Dios, cuyo proceso de beatificación se ha abierto varias veces, sin resultado. Estas viejas cámaras han sido museificadas con objetos y recuerdos de la Historia de la torre a la que tantos sevillanos no han subido nunca y a la que tantos piropos le dedicaron los poetas, de Gerardo Diego ("en prisma puro de Sevilla") a Villalón ("molde de fundir toreros"), y los letristas de la copla como Rafael de León: "La Giralda ha reñío/con el alcalde/porque tiene en los toros/palco de balde".

 

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