ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  29 de julio  de 2023
                               
 

Menús en Código QR

Otro que, como Sánchez tras su investidura Frankenstein y su puchero de verano, vino para quedarse: el Código QR. Ese cuadradito de puntos como un hormiguero que si le acercas el teléfono móvil te lee lo que te quieran poner en unos papeles que no existen. Digo que el Código QR vino con las medidas contra la pandemia para quedarse porque es lo único que permanece de todas las precauciones que se tomaron, que hubo quien se gastó un dineral para ponerlas y cumplir las leyes urgentes y a veces e innecesarias de aquellos mal llamados días.

Las mascarillas han sido el último resto de las medidas anticovid eliminadas. Ya no te hacen falta ni siquiera para entrar en la farmacia o en un centro sanitario, ni en el transporte público. Que hasta el taxista, cuando te subías a pelo, sin la blanca FFP2 o la azulita quirúrgica (que creo era la oficial y obligatoria en la Calle Real de Castilleja), antes de preguntarte dónde te llevaba te decía:

-- Lo siento, pero tiene usted que ponerse la mascarilla.

Se terminaron las mamparas de poliuretano en los mostradores y en las oficinas de cara al público, se acabaron los adhesivos de líneas de seguridad en el suelo donde quiera que hubiese una cola, señalando la distancia mínima de separación. Se terminaron los menajes de un solo uso, las cucharillas de madera para remover el azúcar del café, el número máximo de personas en los ascensores. Se terminó todo, menos el Cogido QR, que ha tenido tanto éxito y que apenas nadie conocía ni usaba antes de la pandemia y de los días de confinamiento y estados de alarma.

En aquellos duros días que superamos gracias a las mascarillas, a las vacunas y al esfuerzo sobrehumano del personal sanitario, en los bares y restaurantes no podían darte el menú o la lista de tapas en papel, para evitar contagios. Vinieron entonces las pegatinas del Código QR adheridas sobre los mostradores, los veladores, los servilleteros. Preguntabas al camarero qué tenían de tapa y en vez de recitarte la lista a la antigua usanza o de sugerirte especialidades de la casa, te decía:

-- Eso lo tiene usted que ver en el Código QR.

Y como no tuvieras teléfono móvil con esta aplicación o fueras, como el guardia que suscribe y tantos, un torpe para leer los códigos QR, te quedabas sin saber qué podías pedir, y tenías que mirar a las mesas de alrededor para tomar algo que te entrara por los ojos y te apeteciera. Los bares se ahorraron las listas de tapas plastificadas que suplieron al antiguo "recitativo fantasía" de los camareros del mostrador diciendo: "De tapita tenemos..." Los restaurantes se ahorraron las cartas del menú, e incluso podían subir los precios, como hicieron, sin tener que imprimirlas de nuevo.

Han quitado las mascarillas, han quitado las distancias de seguridad sanitaria en las colas, lavarse las manos con hidrogel, pero a la hostelería no han vuelto los menús en papel. Están encantados con seguir con la lista de platos o de tapas en Código QR, indeleblemente pegado en los veladores para ahorro de papel y barra libre en la subida de precios.

 

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