ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  19 de octubre  de 2021
                               
 

Bulla a lo divino

Sé que muchos lectores piensan justamente lo contrario de cuanto quiero decir en este artículo, pero me arriesgo al deporte olímpico de nadar contra corriente. Den por escritos, y con el corazón en la mano y la Verdad en la boca, todos los elogios y devociones al Gran Poder, que ahora ha sido, como se ha subrayado, no sólo Señor de Sevilla, sino de todas la Sevillas posibles, del centro y de los barrios marginados. Sobre todas estas Sevilla, sobre todos estos sevillanos, ha extendido sus poderosas manos el Señor. Sentado lo cual, ¿quieren que les diga una cosa? A mí me ha dado miedo. Sí, me ha dado miedo la vuelta la bulla, en este caso una tan encomiable bulla a lo divino en honor del Señor. A mí me han dado miedo esas calles repletas de gente, sin distancia de seguridad contra los contagios, sin mascarillas, hombro contra hombro, empujón junto a empujón. Una bulla con todos sus avíos. Vamos, como antes de la pandemia: como en esas Semanas Santas que nos deben las dos terribles primaveras que hemos atravesado. ¿Hemos atravesado o seguimos atravesando? Ahí es donde viene mi miedo. Muchos han creído que todo ha pasado, y lo que era el comienzo de una Santa Misión evangelizadora de la ciudad más abandonada se ha tomado como acción de gracias por la superación de la pandemia. ¿Pero de verdad se ha superado? Las cifras oficiales al uso, de casos por cada 100.000 habitantes y de presión hospitalaria y, ay, de fallecimientos, ¿permiten estas temerarias alegrías o ha sido todo un exceso provocado por la novelería de los que, usando un título de Pemán, llamé "los divinos impacientes", en mi "Oración difícil al Gran Poder"?

Ojalá, ojalá, y por mi fe en Él tengo la seguridad de que así será, en uno de sus muchos milagros con la ciudad donde extiende su Señorío, las aglomeraciones del otro día no empeoren la situación sanitaria, no se disparen de pronto las cifras de contagios, aunque la gente, movida por su devoción, se olvidara de ellos durante casi diez horas, de sol a sol, y en todas partes de Sevilla, desde el centro a Levante. Den, por tanto, por escrito mi elogio devocional al Gran Poder y tomen cuanto acabo de decir como mera prudencia y (¿por qué no decirlo?) canguelo y jindama de un perplejo ante el renacimiento de la bulla. Parece que hay peligrosas prisas por darlo todo por terminado. Ojalá así fuese. Pero es que tomo el almanaque, me pongo a ver próximos grandes acontecimientos de la fe y la devoción de Sevilla por sus más sagradas y populares imágenes, y me pongo a temblar pensando en el 7 de diciembre. ¿Habrá terminado todo de verdad cuando la Virgen de los Reyes salga en procesión y vaya hasta la Plaza Nueva? ¿Y El Rocío? ¿Habrá terminado todo de verdad cuando el 6 de junio, tras haber sido trasladada al santuario desde la parroquia de Almonte, la divina Blanca Paloma salga en su romería de Pentecostés de siempre? Confiemos en estas tres grandes devociones nuestras y de todos, en el Gran Poder, en la Patrona de Sevilla y en la Virgen del Rocío, y piensen que todo es miedo de un amedrentado desconfiado que cree que esto desgraciadamente no ha terminado y quizá haya muchas temeridades en el horizonte.

 

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