ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  11 de octubre  de 2022
                               
 

Los aplaudidores

Con la fuerza de la brevedad, don Carlos Urquijo, a quien nombré "poeta de guardia" en el comentario a mis artículos, me dice en un mensaje: "Muy bien lo de "Los chilladores", ¿pero cuándo les toca a los aplaudidores?". Pues ahora mismo, antes de que caigan moscas. Es raro que nadie se haya ocupado de ellos, teniendo bastantes trienios en su nómina de personajes sevillanos y proliferando como abundan en todos los campos. No hablo de los aplaudidores como "agradaores", los que se dedican interesadamente a complacer al que tiene poder o dinero o ambas cosas a su vez, y que muchos personajes y personillas que andan por los centros de poder de nuestra Sevilla hasta tienen en nómina. Los aplausos del "agradaor" son falsos, ojana y peaje, casi como los de la clac que había en los teatros. Punto en el cual evocamos a un personaje sevillano que merece figurar en la galería de J.F. Machuca: El Pija, jefe de la clac del Teatro San Fernando, que por una puerta lateral del derribado coliseo en la calle Muñoz Olivé repartía entradas de gallinero para formar parte de la clac, dispuestos a aplaudir cuando se lo señalaran, a cambio de entrar de valvulina.

El aplaudidor sevillano cada vez prolifera más, y en todos los ámbitos. Quedémonos con tres, religiosos los tres: las cofradías, las bodas y los entierros. Antes en las cofradías los aplausos apenas se escuchaban a un paso de palio o al barco de un misterio cuando entraba, garboso o poderoso, en La Campana. Pero ya suenan desde que la cofradía sale hasta que vuelve. Antes cuando pasaba una Virgen bajo palio se hacía el silencio de la oración y hasta se podían oír las palabras de devoción que le musitaban. Ahora suele haber un aplauso fuera de lugar. Que, al modo de la clac de El Pija en el San Fernando, inicia siempre un forofo de las palmas, que no son precisamente las del Domingo de Ramos. Muchos momentos íntimos y emocionantes de una cofradía en la calle o del final de una impresionante saeta son rotos por un extemporáneo aplauso.

¿Y en las bodas? ¿Por qué se aplaude a los novios, chocante moda impuesta hace ya muchos años? ¿Por el valor que le ha echado el novio casándose con esa tan fea? ¿Por la vista que ha tenido ella, que ha enganchado al solterón riquito? Lo que más me fastidia en las bodas es que muchas veces es el propio cura quien pide los aplausos en sagrado, y quien invita a los aplaudidores a todo lo suyo. No hay nada más feo ni chocante que un aplauso dentro de una iglesia. Bueno, sí, lo hay: en los entierros. Como el difunto sea medio famoso o popular, los aplaudidores se encargarán de que suenen las palmas en cuanto estén bajando el ataúd del coche funerario para la misa en la iglesia. Aplausos que, si hay inhumación y no incineración, repetirán con todo entusiasmo en el propio cementerio, olvidando los versos de Machado: "Un golpe de ataúd en tierra es algo/ perfectamente serio". Los que no son serios son los aplaudidores, que confunden lo sagrado con el fútbol, los toros o los conciertos de los cantantes de moda. A ver si el arzobispo Saiz Meneses, cuando se tercie, les pega otro serretazo bueno, como se lo dio el otro día a los chilladores.

 

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