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Memoria de Andalucía

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,   sábado 19 de diciembre de 1998


Hemingway, en la Goyesca de Ronda

Hemingway con Antonio Ordóñez y El Niño de la Palma en la Goyesca de Ronda, visto por Idígoras y Pachi

Hemingway con Antonio Ordóñez y El Niño de la Palma en la Goyesca de Ronda, visto por Idígoras y Pachi

No es de Ronda ni se llama Cayetano. Es de Illinois y se llama Ernesto. Está en Ronda con Cayetano, porque ha venido con Antonio para verlo en la Goyesca. Life le ha pagado este reportaje, luego novela, que está haciendo. Don Ernesto está viviendo, plaza a plaza, toro a toro, un verano de 1959 con mucho Antonio Ordóñez y mucho Luis Miguel Dominguín, y un poco de Pamplona, en recuerdo de aquel lejano San Fermín de 1927, el de "The sun also rises" (luego, en castellano, "Fiesta"), el de las mañanas de encierro y los días de ríos trucheros. Don Ernesto, siempre pescador. El viejo y el mar de España. Las malas lenguas de los taurinos, en el vestíbulo del hotel Wellington, en el vestíbulo del hotel Colón, en el vestíbulo del hotel Ercilla dicen que lo que de verdad pesca don Ernesto son unas papas muy gordas, que es tosco, que no se entera de nada, que no se puede ir a la plaza con una cantimplora de coñac y ofrecerla a las seis y media de la tarde a un hombre que acaba de matar un toro y vuelve a la barrera.

Aquel verano taurino español no fue sangriento más que en el título de Hemingway: "The dangerous summer". Fue su último gran verano español, de mayo a septiembre, poco antes de que una escopeta sonara en su casa de Ketchum, Idaho, llevándose tanta vida, tanta literatura. Había desembarcado en Algeciras. Era su cuarto viaje a España tras la guerra. No había pisado España entre 1939 y 1953 porque había jurado no volver mientras algún amigo suyo estuviera en la cárcel. Hubo una visita fugaz a la Pamplona de "Fiesta" en 1953. Un año más tarde, una escala en Madrid, de regreso de Africa. En 1956, de paso para Africa, se empeñó en ver torear a Ordóñez su fin de temporada en Logroño y Zaragoza. Allí le surgió la idea de este viaje de 1959 tras haber vendido a sus editores la idea de contar la aventura de la rivalidad Ordóñez-Luis Miguel. Si no la había, él se la inventaba. A don Ernesto le atraía el riesgo, fueran nieves del Kilimanjaro, frente de Madrid, guerras mundiales. Encontraba una historia que contar, siempre eternamente joven periodista de Kansas, lo mismo en la batalla del Jarama que en la Goyesca de Ronda, en Cayo Hueso que en la Cuba de Bastista. Había desembarcado en todos los lugares imaginables de las guerras, en el París de la guerra del 14, en la Normandía del día más largo de junio. Lo había vivido todo. Se lo había bebido todo. Hasta la vida. Era Nobel, pero nunca entendemos a Hemingway por un Nobel acartonado, haciendo reverencias a un Rey sueco embutido en un frac. ¿Recibió Hemingway el Nobel alguna vez? Sí, se lo dieron, ya sé... Me refiero a si fue a Estocolmo a recibirlo, como García Márquez con la guayabera... Lo dudo. Su Nobel eran los frentes de batalla, las largas soledades de las aguas del Caribe, de las islas en el golfo, de las campanas que doblaban por milicianos muertos en la sierra de Madrid.

Y anda que elegía mal don Ernesto a sus personajes. Antonio Ordóñez Araujo... Aunque en otras cosas don Ernesto había oído doblar campanas de España, pero no sabía dónde ni por quién, aquel verano estaba perfectamente encaminado por los senderos del arte, de la pureza del toreo. Antonio Ordóñez es media historia del toreo en el siglo XX, pero también el raro territorio donde la fiesta hace frontera universal. Ordóñez linda con Picasso por Dominguin, linda con Estados Unidos por Hemingway, linda con la historia del cine por Orson Welles. Se puede ser muy universal desde Ronda, y Antonio Ordóñez lo es. Y como Hemingway va buscando todos los miedos del hombre que hay en los miedos de una tarde, todo el valor del hombre que puede haber en un hombre vestido de luces, sabe a quien se arrima. Se arrima a un buen pinsapo de la serranía de Ronda. Al hijo del Niño de la Palma.

Esta tarde de Goyesca, don Ernesto ha venido a Ronda. La misma cámara de Miguel Martín que un día, en las gradas todavía de tablas de este plaza, retrató el mentón de Juan Belmonte, y las botas de Rafael el Gallo, y el sombrero de ala ancha de don Alvaro Domecq (desde esta plaza de los toreros machos toda una Andalucía os contempla), saca ahora para el monumento de las imágenes a don Ernesto en el patio de cuadrillas. Está con Antonio. Y está con el que es de Ronda y se llama Cayetano. Don Ernesto no sabe qué es eso de que es de Ronda y se llama Cayetano. Don Ernesto no sabe quién fue Gregorio Corrochano. Don Ernesto oye siempre campanas de España, pero nunca sabe dónde. Don Ernesto se retrata ahora, y no sabe que se está retratando con el toreo de Ronda. Con Antonio y con El Niño de la Palma. Cuando oye "la Palma", se acuerda de Cuba, del daiquiri en Floridita y el mojito en la Bodeguita. En cada ciudad del mundo que ha visitado, menos en Ronda, hay un bar donde es ya leyenda que allí se emborrachaba don Ernesto. Pero en Ronda no hay Harrys Bar como en Venecia, y don Ernesto no sabe que La Palma es el nombre de una zapatería rondeña de la calle Santa Cecilia, y que a este Cayetano le decían el Niño de la Palma porque era el niño del zapatero de La Palma.

El zapatero don Ernesto va a sus zapatos. Se ha empeñado en que éste tiene que ser el verano sangriento y sale "The dangerous summer", caiga quien caiga. Cae nada menos que el arte de Antonio Ordóñez, que las leyendas de Ronda encarnadas en El Niño de la Palma. Nadie me quita de la cabeza de que Hemingway, con aquellas papas tan gordas que comentan los taurinos que cogía, a lo mejor ni llegó a enterarse que estaba en Ronda. Todos los americanos que leen a Hemingway, empezando por Hemingway mismo, se creen que no hay más toros en España que los de los sanfermines.

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