Diario El Mundo Pinche para tener información sobre el libro

Memoria de Andalucía

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,   sábado 26 de diciembre de 1998


La estampa de Fray Leopoldo de Alpandeire

Fray Leopoldo de Alpandeiree, visto por Idígoras y Pachi

Fray Leopoldo de Alpandeiree, visto por Idígoras y Pachi

En la cartera de muchos andaluces, en el monedero de muchas andaluzas, la estampa de Fray Leopoldo. Quienes la llevan, en la mayoría de las veces ni siquiera saben quién fue Fray Leopoldo. Como no saben apenas el nombre de San Martín de Porres, pero llevan en el monedero su escoba, que trae las perras seguras, y los billetes, ciertos. O como apenas saben quién fue Sor Angela de la Cruz, pero colocan flores en su monumento. Hay tanta romanidad en Andalucía que tenemos hasta nuestros diosecillos familiares y cercanos, nuestros lares y penates cristianizados. Estos santos de andar por casa. Santos como de casa y como de la familia. Santos de las penurias y de las carestías en la Andalucía del hambre. Santa Teresa, que no se enteró de nada como muchos castellanos que vienen a hacer turismo o a hacer fundaciones, dijo que el diablo tentaba con mayor fuerza en Sevilla. La santa de Avila estaba completamente desnortada en el Sur, por el camino interior de Las Moradas. Es todo lo contrario. En Andalucía, con tantas carestías, es más fácil hacer el voto de pobreza. Por eso salen estos santos a la medida del subdesarrollo. Hay una cocina del subdesarrollo, una cultura del subdesarrollo y también una santidad del subdesarrollo. Fray Leopoldo puede ser el ejemplo. Otras tierras dan santos fundadores, el Iñaki de Loiola como quizá escriban ya por las Vascongadas el nombre del fundador de la Compañía de Jesús. Otras tierras dan santos obispos y confesores de Reinas, santos cortesanos, como el San Antonio María Claret de Cataluña. Andalucía da estos santos. Una zapatera a la divino, como Sor Angela, que alcanzó la santidad echando remiendos a la pobreza de los sevillanos. O un cateto a lo divino, como el buenazo de Fray Leopoldo.

Gracias a Fray Leopoldo, de momento es famosa su natal villa de Alpandeire, aunque hasta sus más devotos la sitúan por esos pueblos con nombre gallegos que hay por la Alpujarra. Alpandeire, aunque suena a gaita gallega, está en el corazón de la serranía de Ronda. Nacimiento torero, pues, para un santo, medio paisano de Pedro Romero y de Antonio Ordóñez.

-- Oiga usted, señor memorialista: que Fray Leopoldo no es santo...

Todavía... Pero para sus devotos, entre los que el memorialista se encuentra, sí que lo es. Y no santo de Segunda Regional o santo en el banquillo, sin poder hacer calentamiento por la banda hasta que no lo alinee el Papa en el conjunto titular del santoral. Santo de todas, todas para quienes, de niños, lo llegaron a conocer por las calles de Granada, con su talega de limosnero, pidiendo el dinero a los ricos y dándolo a los pobres, como una especie de Tempranillo a lo divino. La misma sierra que dio los bandoleros famosos, los contrabandistas del camino de Gibraltar, dio en la familia del modestísimo labrador Diego Márquez y de su mujer Gerónima Sánchez un varón, que nació en 1864, y al que pusieron de nombre Francisco, aunque siempre le llamaron Frasquito. Frasquito estaba destinado a la dura vida de los andaluces de la sierra, a labrar, como hizo mucho tiempo, la pequeña tierrecita de la familia, "La Joyuela", más hoya que joya. Desde chico apuntó piedad y sentimiento por los demás, pero no era, ni mucho menos, un relamido San Luis Gonzaga, sino un honesto cateto que fue al cuartel, que padeció las carestías de su familia, trasladándose con ella a Ronda como arrendatarios de tierra, porque "La Joyuela" no daba para comer a los padres y a los tres hermanos que habían quedado tras morir Juan Miguel, el segundo, en la guerra de Cuba.

Hasta los treinta y cinco años no consigue Frasquito Márquez empezar a ser fray Leopoldo, cuando con su vocación tardía entra en el noviciado de los Capuchinos de Sevilla. Como no tiene estudio, no podrá ser fogoso predicador como Fray Diego de Cádiz, ni propagandista como Fray Diego de Valencina, ni poeta como Fray Ricardo de Córdoba. A los torpes de la Compañía de Jesús los mandaban de mártires al Japón y en los Capuchinos, de legos. A cuidar la huerta del convento de Antequera, o de limosnero en el convento de Granada. Donde todo es posible. Hasta que un rondeño sin estudios se meta a la ciudad entera en su talega de limosnero capuchino, con sus barbas blancas de buen hombre. Incapaz de mentir, de engañar, de querer ser más que nadie, aún está en el recuerdo de las calles de Granada su pausado andar, su sonrisa, sus avemarías, sus calladas ayudas a los que lo necesitaban, si sabría de pobreza el Frasquito de "La Joyuela" que Fray Leopoldo llevaba dentro. Toda Granada sabía que el lego capuchino de la talega era santo. Un día de 1953, se cae por las escaleras de una casa de la Plaza de los Lobos donde estaba ejerciendo su santa mendicidad. Maltrecho y anciano, no volvería más a salir a sus calles de Granada. Donde murió el 9 de febrero de 1956. Dicen los que lo vieron que, muerto, tenía en la cara la misma bondad que ahora desparrama en las estampas.

   


Volver al comienzo de esta página

Regresar a la pagina principal

El Mundo, edición íntegra en Internet

 

Enviar correoCorreo

Copyright © 1998 Arco del Postigo S.L. Sevilla, España.