Veníamos con un amigo con paladar, sevillano muy viajado, Mateos Gago abajo, sorteando mesas y sillas por la acera y tengo que darles la buena noticia de que llegamos del Mesón del Moro al Bar Giralda sin que se nos rompiera menisco alguno al trompezar (vulgo tropezar) con los veladores, ni sufrimos la menor lesión de ligamentos al darnos un cachiporrazo con los que parecen cantar: "A atajar la calle/ que no pase nadie,/ná más que mi agüelo/ haciendo buñuelos." Y en llegando a la parte baja de la Borceguinería, el amigo sevillano viajado me dijo, extasiado ante la Plaza de la Virgen de los Reyes:
--- Hay que ver que los sevillanos no nos damos cuenta de lo que tenemos... ¡Cuidado que es única esta maravilla!
Y me señalaba la espadaña de Santa Marta, y el ciprés de su breve jardín, y la cervantina Giganta de Sevilla, y la espalda en forma de ábside de la Capilla Real que te da esa gran señora que es la Catedral. Y me señalaba el Palacio Arzobispal, y las Gradas con la Puerta del Lagarto. Y le dije:
-- Es que a los sevillanos, con este conjunto, que arranca en la Plaza del Triunfo con la Casa Lonja, las murallas del Alcázar y la vista de la torre mayor, nos pasa como al conserje del Museo del Prado.
--¿El conserje del Prado?
-- Sí, ese señor, como todos los días está harto de pasar ante Las Meninas, no les da la menor importancia y ha perdido la capacidad de emocionarse con Velázquez y con Goya. A los sevillanos nos pasa igual. Sólo cuando repica la Giralda en el Corpus o la mañana de la Virgen nos emocionamos con esta hermosura...
-- Esto es la mejor "marca España": nuestra Sevilla. Yo he viajado por todo el mundo y cuando me han preguntado de dónde era y he dicho que de Sevilla, siempre me han contestado, entre envidia y éxtasis: "Oh, Siviglia". O me han dicho: "Oh, Sevíl". Siempre con el "oh" por delante...
Y estos misterios gozosos del "Oh, Sevilla" comentando íbamos hacia la calle Alemanes, y al doblar la esquina del Palacio Arzobispal, la de Matacanónigos, la del continuo ventisquero traicionero, el lugar más fresquito de toda la ciudad en verano, pero donde se cogen las mejores pulmonías dobles en el invierno, nos vino de golpe el pestazo a excrementos caballares de la parada de los peseteros. ¿A que va a resultar que a los canónigos que dieron nombre a este lugar no los mataba el frío del viento (que hace entre la Giralda y Palacio el mismo efecto torbellino que con los rascacielos en Nueva York), sino el mal olor de la parada de esos coches de caballos en los que nunca nos subimos los sevillanos que tenemos que soportarlos? Y el sevillano viajado me dijo entonces:
-- Mira, yo he visto la parada de coches de caballos en el Central Park de Nueva York. He visto los maravillosos coches de caballos de Viena. Pero este olor, este horroroso olor a orines y a bosta no lo he sufrido en ninguna otra ciudad. ¿A que también en esto va a ser Sevilla única?
Y entonces le dije, como los extranjeros el habitual y admirativo "Oh, Sevilla":
-- Oh, qué palabra más hermosa acabas de decir. ¿Te quieres creer que es la vez primera que le escucho a un sevillano llamar con toda propiedad "bosta" a los excrementos de los caballos? Esa palabra le he leído, pero nunca oído.
-- Es que como tú dices, se escribe "bosta", pero en sevillano se pronuncia "cagajones".
Y al llegar a casa me fui derechito al DRAE, y me encontré otra vez el desprecio de la Academia por nuestra habla que comentaba el sábado pasado. De "bosta" dice, perfecto: "Excremento del ganado vacuno o del caballar". Pero del sevillanísimo "cagajón", el menosprecio de lo nuestro: "1. m. malson. Porción del excremento de las caballerías". ¿Malsonante? Se ve que los académicos de la Española no han pasado por Matacanónigos. Si no, hubieran puesto en el DRAE: "Cagajón. m. malolien. Bosta de la tracción de sangre de los coches de punto en los que nunca se montan los sevillanos, sino los turistas que están dando de comer a la economía toda en la decadente ciudad de tantas hermosuras".
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