Hemingway, con El Niño de la Palma y Antonio Ordóñez en una
corrida goyesca de Ronda
Los
Reyes inauguraron ayer el Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. Más de
700 profesores y expertos apasionados por la lengua y la cultura españolas estarán aquí
durante seis días. Pocos días me parecen, con la faltita que nos hacen quienes tan
esforzadamente defienden nuestra lengua, literatura, historia. A ver si hay alguna
fundación que les ofrezca casas soleadas, sustanciosos sueldos, agradables centros de
trabajo, para que por lo menos la mitad de ellos se queden para siempre. En Gabón, en
Jamaica o en Nueva Zelanda, un hispanista no hace falta ninguna, y no vean ustedes, en
cambio, la necesidad de ellos que hay al norte del Ebro o al norte de Briviesca. Por ahí
nuestra cultura no corren ningún peligro, pero no vean cómo está la cosa en el llamado
Estado Español, que llegará el día en que la lengua castellana sea en las escuelas
asignatura de adorno, como el piano de las señoritas de la Restauración.
Yo a los hispanistas les tengo
ley de antiguo. Gracias a una primera edición del libro de Hugh Thomas traída de
tapadillo empecé a saber qué había sido de verdad la guerra civil. Gracias a la
edición bilingüe de Penguin Books del Instituto Británico comencé a leer a García
Lorca. Con hipérbole andaluza, que no es mal camino de conocimiento, pienso que dentro de
poco, en muchas bibliotecas del Reino (perdón, del Estado Español) habrá que buscar
textos castellanos como yo aquel Penguin de Lorca. Por eso, yo mandaría a estos
hispanistas fijos de plantilla adonde están haciendo falta. Y de camino mandaba media
docena de ellos al Ministerio de Educación, para que hicieran los planes de estudio.
Porque de haber venido Hemingway a Pamplona hoy, día de San Fermín de 1998,
probablemente a "Muerte en la tarde" le habría puesto de título
"Gora".