Los que
dicen que "todos los políticos son iguales" en cuestión de mangoleta no tienen
razón. Cuando oiga esa frase que sentencia que todos los políticos son iguales, tenga
una cosa por segura: quien la dice está pisando la raya de picadores del fascismo y le
gusta más un águila de la bandera franquista que a un niñato de Fondo Sur, ultra pelón
y con zarcillo en la oreja. Todos los políticos no son iguales, no. En absoluto. Según
se acaba de demostrar, los
eurodiputados tienen menos vergüenza todavía. Yo me creía que en el Parlamento Europeo estaba la llave de votar el futuro
del continente y resulta que lo que había era un microondas magnífico para llevárselo
calentito. Yo me creía que quienes más ganaban eran los futbolistas, pero, no, los
eurodiputados los superan. Cojo la calculadora y divido 38 millones entre 365 días y
resulta que cada europarlamentario, cuando se despierta para coger el avión de Bruselas
sin causa justificada, a estar allí dos días dando barzones y venirse otra vez, tiene en
la mesilla de noche veinte mil duros por la cara. Veinte mil duros limpios, sin Hacienda y
sin programa PADRE, la madre que los parió...
En estos días de recogida del
puñetero papelito que nos falta para enviarle (¡por fin!) los datos de la declaración
de la renta al asesor, tenía más que decidido cambiar de epígrafe fiscal para que el
mes de junio del año que viene no me cruja Hacienda como viene haciéndolo, y más desde
que está Rato, que nada más llegar al despacho me mandó a los inspectores: "Hala,
-dijo el puñetero--, mandadle los inspectores a Burgos, para que se entere de que han
llegado los nuestros". Para salirme del patíbulo anual de este don Rodrigo en la
horca de junio, yo pensaba hacerme ONG, y hasta tenía echados los papeles. Siendo ONG no
pagas a Hacienda y encima Rodrigo Rato te da subvenciones. Para darme de alta en la
licencia fiscal de ONG hasta había pensado en el nombre que alguien ha sugerido:
"Bartolines sin Fronteras". Pero desisto solemnemente de tamaño despropósito.
Lo de eurodiputado es mejor. Yo, de mayor, eurodiputado. Tú coge los veinte mil duros
cada día, apaga la luz y no digas ná en Triana...
¿Por qué hay tan poca
vergüenza en el Parlamento
Europeo?, me preguntaba. ¿Cómo estos tíos tan serios, con esa cara de presentador
del telediario de Tele 5 en fin de semana, resulta luego que son tan granujones, tan
virtuosos de la dieta y el kilometraje? Ay, señores, España, siempre España. Hay
españoles de por medio. Cuando en el Parlamento Europeo se instalaba este puerto de
arrebatacapas y arrebatacarteras, estaba presidiéndolo un español, Enrique Barón, aquel
que tenía pinta de guitarrista de Los Brincos. Y ahora, cuando se descubre la tostada,
otro español en la presidencia, uno de los hijos de Gil Robles, tan
innumerables como los mártires de Zaragoza. Pena que haya muerto Beni de Cádiz, que los
justificaría a todos, diciendo que 38 millones son los que necesita cualquier familia
para los gastitos de la casa. Yo sabía que en las cosas de España, por aquello de las
directivas europeas, mandaban unos señores que no tenían nada que ver con nosotros.
Ahora que veo lo calentito que se lo llevan, compruebo que sí tienen muchísimo que ver.
Hijos míos, ese arte de llevárselo calentìto es más español que los tirantes de
Fermín Bohórquez. (Bohórquez padre, ojo, PADRE como el programa de Hacienda).