Entierro de la Ceberio, pistolera etarra, en
Lizartza
Exterior.
Día. Lizartza. Al fondo, sobre un muro que recuerda en exceso a la Alemania nazi, que
allí en lo alto sólo falta un lugarteniente de Hitler, hay unas palabras de consigna y
el escudo de la bicha y el hacha.. Unos descamisados avanzan con el ataúd de una
pistolera a hombros. Le hacen un pasillo niños vestidos con traje regional, ay, los
flechas y pelayos del terrorismo, los pioneritos de la muerte. Traen a enterrar con los
máximos honores totalitarios a una pistolera, el fascismo en España da pistoleros. Suena
la dulce dulzaina del aurresku. La noble, vasca chapela roja, ay, me recuerda a la
boina de los requetés que usurparon los falangistas. Es lo mismo. Estética del fascismo.
Los rojos no usaban sombrero, decía Padilla Crespo, y los fascismos conservan su
estética. Había una estética italiana del fascismo, faceta nera, bella abisinia.
Una estética nazi: antorchas, lábaros, wagnerianas bandas para el paso de la oca. Los
progres españoles de los sesenta adoptaron la religión de la estética del fascismo
chino, catecúmenos del Libro Rojo. Hasta el peronismo tenía su estética, más
cutre que como luego Broadway pintó a Evita. Castro tiene la estética tropical de la
toma leninista del Palacio de Invierno al son de una guaracha. Y Franco tenía su
estética, tan Dionisio Ridruejo, antorchas del traslado de José Antonio desde Alicante a
El Escorial, No-Do de García Viñolas con expresionismo de Acorazado Potemkin
aplicado a una Patria, un Estado, un Caudillo.
Veo agitarse las banderas que portan los
pioneritos de la muerte. Viene el ataúd por el pasillo, tan Sendero Luminoso. No tienen
entrañas, pero, como todos los fascismos, tienen estética. Lo digo desde la democracia,
que gracias a Dios no tiene otra estética que el bien, la verdad y la belleza de la
libertad.