La parte más triunfalista y mijatóvica de mis paisanos
está que se sube por las paredes con el Rey, porque S. M. ha dicho en Lisboa que dónde
se va a comparar, que aquella Exposición del final del milenio es siete mil millones de
veces mejor que la que aquí se hizo con ocasión de aquello que tanta vergüenza nos daba
reconocer: el quinto centenario del descubrimiento y conquista de las Indias Occidentales
por la que entonces ( hablo de 1492) empezaba a ser llamada España. Aun a riesgo de que
mis paisanos me corran a gorrazos por la calle Sierpes, creo que el Rey también en esto
tiene razón. Nuestra Exposición fue mejor, sí, pero en todo lo negativo: fue mejor en
mangoletas, en comisiones, en puertos de arrebatacapas y arrebatacarteras, en convolutos
del Ave, en escándalos políticos, en virreinatos digitales de señores enviados por el
Gobierno central para meternos en la camisa de fuerza de la modernidad y el progreso
mientras ellos se hacían ricos..... Nada de eso, que yo sepa, ha ocurrido en Lisboa. Si
ha habido escándalos de corrupción, los han llevado con la discreción con que portan
los cuernos quienes viven de ellos. Que yo sepa, de momento, ningún cuñado del
presidente de Portugal se ha hecho rico podrido a costa de la Exposición de Lisboa. Que
yo sepa, a Lisboa no han llegado los alemanes repartiendo maletines para llevarse el Manso
de Zúñiga.
Claro que puede que el Rey
haya caído en la disculpable traición de la memoria. Antes de inaugurar el pabellón
español, almorzó en Estoril. Eso no es un almuerzo. Esos son unos ejercicios
espirituales con los recuerdos de infancia y juventud. He echado en falta, si la hubo, la
foto del Rey pasando por delante de Villa Giralda, donde todavía se siente el hueco
sentimental de aquella bandera que señalaba que en aquel belén de la restauración
monárquica estaba el Rey de todos los españoles. Allí vivieron los Borbones las horas
más amargas, la muerte del Infante Don Alfonsito, las más insidiosas campañas del
dictador... Allí iban a ganar el jubileo del futuro muchos que decían que se dejaban sus
caudales en defensa de la causa monárquica, cuando la verdad era que los gastaban no
lejos, en el casino de Estoril. Muchos que proclamaban que se arruinaron ayudando a la
Corona dieron el barquinazo en verdad por culpa del 23 y vecinos, doblando el 23, por
cinco mil...
No les arriendo las ganancias
a los Reyes en estas semanas del 14 de mayo de su aniversario de boda. Si, en la soledad
del trono, Don Juan Carlos ha tenido que revivir las amargas horas de Estoril, menudas las
horas de tragar lágrimas que le esperan a Doña Sofía en Atenas, recorriendo sus propios
recuerdos por los pasos perdidos del palacio de Tatoi. Tenemos de Reyes a dos que fueron
niños tristes. El niño de un exilio de Estoril, la niña de una guerra en Egipto, de un
país ocupado. Los Reyes quizá conecten tan bien con la gente porque los dos pertenecen a
la generación de los que lo pasamos mal de niños, con privaciones y tristezas, los que
aprendimos a valorar entre lágrimas lo que ahora sobra a los jóvenes. Es curioso cómo
el albur de una agenda de viajes nos trae en estos días la geografía del camino de la
amargura de la Monarquía española felizmente reinante. Los Reyes van en estos días de
Estoril a Atenas. En otras palabras, van desde las tristezas de un Juanito apartado de su
padre y entregado, lejos de su casa, a la educación que quiso darle su peor enemigo,
hasta las tristezas de una Sofy apartada de su tierra, princesa de una casa de cuyo nombre
muchos siguen renegando. Sostengo que en aquellos amargos años los Reyes se ganaron el
derecho a la alegría.