Diario El Mundo

El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo,  lunes 25 de mayo  de 1998


De Estoril a Atenas

Doña Sofía, en la Corte de Atenas

Los Reyes de Grecia, Constantino y Ana María; destrás, la entonces Princesa Doña Sofía

La parte más triunfalista y mijatóvica de mis paisanos está que se sube por las paredes con el Rey, porque S. M. ha dicho en Lisboa que dónde se va a comparar, que aquella Exposición del final del milenio es siete mil millones de veces mejor que la que aquí se hizo con ocasión de aquello que tanta vergüenza nos daba reconocer: el quinto centenario del descubrimiento y conquista de las Indias Occidentales por la que entonces ( hablo de 1492) empezaba a ser llamada España. Aun a riesgo de que mis paisanos me corran a gorrazos por la calle Sierpes, creo que el Rey también en esto tiene razón. Nuestra Exposición fue mejor, sí, pero en todo lo negativo: fue mejor en mangoletas, en comisiones, en puertos de arrebatacapas y arrebatacarteras, en convolutos del Ave, en escándalos políticos, en virreinatos digitales de señores enviados por el Gobierno central para meternos en la camisa de fuerza de la modernidad y el progreso mientras ellos se hacían ricos..... Nada de eso, que yo sepa, ha ocurrido en Lisboa. Si ha habido escándalos de corrupción, los han llevado con la discreción con que portan los cuernos quienes viven de ellos. Que yo sepa, de momento, ningún cuñado del presidente de Portugal se ha hecho rico podrido a costa de la Exposición de Lisboa. Que yo sepa, a Lisboa no han llegado los alemanes repartiendo maletines para llevarse el Manso de Zúñiga.

Claro que puede que el Rey haya caído en la disculpable traición de la memoria. Antes de inaugurar el pabellón español, almorzó en Estoril. Eso no es un almuerzo. Esos son unos ejercicios espirituales con los recuerdos de infancia y juventud. He echado en falta, si la hubo, la foto del Rey pasando por delante de Villa Giralda, donde todavía se siente el hueco sentimental de aquella bandera que señalaba que en aquel belén de la restauración monárquica estaba el Rey de todos los españoles. Allí vivieron los Borbones las horas más amargas, la muerte del Infante Don Alfonsito, las más insidiosas campañas del dictador... Allí iban a ganar el jubileo del futuro muchos que decían que se dejaban sus caudales en defensa de la causa monárquica, cuando la verdad era que los gastaban no lejos, en el casino de Estoril. Muchos que proclamaban que se arruinaron ayudando a la Corona dieron el barquinazo en verdad por culpa del 23 y vecinos, doblando el 23, por cinco mil...

No les arriendo las ganancias a los Reyes en estas semanas del 14 de mayo de su aniversario de boda. Si, en la soledad del trono, Don Juan Carlos ha tenido que revivir las amargas horas de Estoril, menudas las horas de tragar lágrimas que le esperan a Doña Sofía en Atenas, recorriendo sus propios recuerdos por los pasos perdidos del palacio de Tatoi. Tenemos de Reyes a dos que fueron niños tristes. El niño de un exilio de Estoril, la niña de una guerra en Egipto, de un país ocupado. Los Reyes quizá conecten tan bien con la gente porque los dos pertenecen a la generación de los que lo pasamos mal de niños, con privaciones y tristezas, los que aprendimos a valorar entre lágrimas lo que ahora sobra a los jóvenes. Es curioso cómo el albur de una agenda de viajes nos trae en estos días la geografía del camino de la amargura de la Monarquía española felizmente reinante. Los Reyes van en estos días de Estoril a Atenas. En otras palabras, van desde las tristezas de un Juanito apartado de su padre y entregado, lejos de su casa, a la educación que quiso darle su peor enemigo, hasta las tristezas de una Sofy apartada de su tierra, princesa de una casa de cuyo nombre muchos siguen renegando. Sostengo que en aquellos amargos años los Reyes se ganaron el derecho a la alegría.

 

 

 


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