Proponía
ayer a los lectores en el "Tres a raya" el bonito
juego de los siete errores o los siete aciertos, vaya usted a saber, de la comparación de
la foto histórica de un González cabizbajo, abanto de estrados, yendo a favor de
querencia a los terrenos de acusados y comparecientes en la vista oral por el secuestro de
Segundo Marey, vulgo Primer Juicio de los GAL, con otra foto histórica. Interior, día,
palacio de La Zarzuela, día de San Juan. El Rey, cabeza con cabeza con González y con
carita de satisfacción, le pega un abrazo rompecostillas, de esos abrazos que suenan. La
soledad de González es ahora la soledad sonora de las costillas con los abrazos regios.
La foto es como un título de nobleza: Duque del Real Abrazo. Manos blancas no ofenden y
abrazos a brazo partido tampoco, pero dan que pensar, tras ver la becqueriana mano de
nieve que se le tendió allí mismo, instantes antes, a Aznar.
Cualquiera podría pensar que,
hombre, si tiene usted ganas de pegarle un abrazo a González, déselo ante a Aznar, para
que se note menos... Pero exculpo totalmente a Su Majestad, que puede hacer de sus abrazos
un sayo. Cada cual es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, y esclavo de sus
abrazos y duelo de los gélidos apretones de mano. Lo que ocurre es que el Rey nos ha
permitido dividir a los presidentes y ex-presidentes del Gobierno en dos grandes
categoría: los que se dejan y se pueden abrazar y los que no se dejan ni se pueden
abrazar por ningún concepto. Los tenemos a pares. Por muy bien que vaya España, a Aznar
dan ganas de darle el pésame, no de darle un abrazo. Aznar entra el mismo Paseo de los
Tristes de Leopoldo Calvo Sotelo. Regalo de premio un viaje a Cancún a quien me enseñe
una foto de alguien abrazando a Calvo Sotelo. Por el contrario, a Adolfo Suárez daban
ganas de darle abrazos. Que levante el dedo el que no haya abrazado a Adolfo Suárez. Yo
mismo lo abracé, la tarde que me lo presentó Pablo Sebastián en campaña del CDS,
quitando penas y quitando milis. González entra en este capitulo de los presidentes
abrazables, de los presidentes-farola, frente a los presidentes-estaca como Aznar y
Calvo-Sotelo.
¿Mis preferencias? Pues
precisamente todas las contrarias del Rey, mi Señor, anda que no tendré mosqueado a mi
Señor con estas cosas. Mis preferencias van abiertamente por los presidentes que no te
invitan al compadreo del abrazo ni al "hombre, qué alegría verte, Adolfo, ¿hace
mucho que no ves a Felipe?" Mi idea de las instituciones cuadra más con unos
presidentes que con su sola presencia impongan la distancia del primer tiempo de saludo y
no el abrazo del compincheo. Y lo advierto muy seriamente porque hay algunos que con el
abrazo les pasa como a aquel nuevo entrenador extranjero del Betis que se estrenó con una
goleada y sacaron a hombros. Le preguntaron en la radio por la afición y dijo: "Sí,
afición bética buena, y sacar a hombros, pero a mí quitar cartera..." Yo que el
Rey, tras abrazar a González me hubiera tocadoel bolsillo para comprobar que la cartera
seguía allí.