Unos chicos
          de cine
        
         
        SON LOS CHICOS del
        Planet Hollywood de Madrid. Las camareras, la chica que te sienta en la
        mesa, el chico con acento
        sudamericano que te pregunta si vas a tomar un trago de aperitivo, el
        supervisor que al final viene a preguntarte si todo está bien, a tu
        gusto y en su punto. Ya quisieran muchos camareros de toda la vida de
        los restaurantes de cinco estrellas, cinco tenedores y... cinco
        estocadas hasta la bola en la factura ser tan amables como los chicos
        del Planet Hollywood de frente a Neptuno. Como los porteros de los clubs
        privados o muchos conserjes de los grandes hoteles, los camareros de los
        restaurantes con fama de soles Michelín se caracterizan por su
        misericordia: te perdonan la vida a cada instante. Llegas, te sientas, y
        de momento te dan la carta con un desprecio tal que parece que fueran
        ellos quienes te van a convidar y no tú el que al final tendrás que
        cargar con el facturón. Tú o tu empresa. Si así son los camareros,
        nada digo de los metres, petimetres presuntuosos que cuando les
        preguntas por algún plato con pretensiones y cursilería, el
        "Trufuás a la Lombarda", por ejemplo, siguen perdonándote la
        vida cuando te explican, para hundirte en la miseria:
        -- Es como el "Artuás a la
        Lamborguesa", pero con las mantrusas del bosque gratinadas en su
        jugo y con un toque de salsa pampera, pero muy suave...
        La madre que los parió. Ni cuando los
        curas hablaban en latín practicaban un culto iniciático como estos
        displicentes empleados de los grandes restaurantes, que se ensañan con
        los clientes no habituales, mientras son de un servilismo lamentable,
        baboso, rayano en la esclavitud, con los consejeros delegados de todos
        los días. Por eso me encantan los chicos de Planet Hollywood. Los
        cambio sin mirar por los camareros de Horcher, los de Jockey, y los de
        Zalacaín, y digo como en la copla flamenca: "Al que le dé, que
        perdone". Estos chicos deberían enseñar amabilidad a los
        camareros de toda la vida. Nuevos todos en esta plaza de la hostelería,
        quizá con una FP en el oficio apenas, o quizá sin ella, son más
        amables que todos los veteranos del colmillo retorcido que miran al
        cliente por encima del hombro... si el cliente no es don Alfredo Saenz,
        don Isidoro Alvarez o un Oriol vagamente vasco e hidroeléctrico.
        En Madrid se pusieron de moda en los
        años cincuenta las cafeterías americanas. Hasta el punto de que nos
        parecía que los Estados de la Unión tenían todos nombres de
        cafetería. Pat, la mujer del teniente general Mira, el secretario
        general del Real Patronato de Minusvalías, cuando dice que nació en
        Nebraska, te gasta la broma madrileña de los tiempos del Paralelo 40
        de Castillo Puche:
        -- Sí, soy de Nebraska, como la
        cafetería...
        Nebraska, California, Nevada... No
        había Estado que no quedara sin su cafetería. Por la influencia
        americana de la ciudad que perdimos en 1898, hasta sonaba a americano lo
        de Manila como cadena de cafeterías. Lo de Planet Hollywood es mejor
        que todo aquello de las cafeterías americanas. Es una cafetería de
        América, que no es lo mismo. Hace ya unos añitos, cuando se acababa de
        abrir con todo su golpe mediático de Silvester Stallone, hice el cateto
        como Dios manda en el Planet Hollywood en la Calle 57 de los Nueva
        Yores. Encontré allí el mejor Sirloin Steak de la Gran Manzana. Por
        eso, yendo a hacer el cateto en Madrid el año pasado, salí del Hotel
        Palace, donde paro, y al ver allí en la esquina el Planet Hollywood me
        acordé de aquel Sirloin Steak. Entré, y como Arquímedes en bañera
        descubrí, eureka, ¡que era exactamente igual el de Nueva York! Hasta
        con el mismo corte de la carne, con su misma guarnición del patatón
        asado y con su cuenco con la mejor Ensalada Cesar que he encontrado en
        España. Y te lo traían como en Estados Unidos, con ese trípode
        portabandejas que allí usan en los restaurantes y que ponen al lado de
        tu mesa.
        Pero con más amabilidad todavía que
        en la Calle 57 de los Nueva Yores. El último día que fui a Madrid a
        hacer un mandado y comí en Planet Hollywood, me atendió Almudena,
        porque nada más sentarte, la camarera se te presenta por su nombre. A
        Almudena, en la efectividad de su modestia, sí que merecería unos de
        esos premios que dan las cofradías de la Buena Mesa. O a Daniel Pisos,
        el floor manager de turno. Isabel mi mujer se manchó la chaqueta
        negra con la salsa blanca de la Ensalada César, y sin que la
        llamáramos, Almudena se dio cuenta y le trajo soda caliente, para
        quitarse la mancha. Y una servilleta de tela, para que la de papel no le
        dejara rastro en la prenda. Al instante, estaba allí Daniel:
        -- Si no se le queda bien, nosotros se
        la mandamos a la tintorería o usted misma la lleva y nos envía la
        factura para que se la abonemos. Tome mi tarjeta...
        Y nos dio su tarjeta. Prontito en un
        restaurante presuntuoso te gastan estas amabilidades. Incluso si son
        ellos los que te manchan, te acaban poco menos que diciendo que la culpa
        fue tuya, por mover la mano cuando iban a servir... No es contradictorio
        que me guste lo clásico y que sea un partidario de Planet Hollywood de
        Neptuno, en la esquina del Palace, donde estaban antes las oficinas de
        Iberia. La amabilidad siempre es clásica y no pasa de moda, por muy
        escasa que esté en la hostelería de la ciudad más malhumorada de
        España, que es Madrid. Allí en Planet Hollywood hay que soportar,
        cierto, una espantosa decoración fetichista de vestuarios de cine. No
        importa. Vale la pena aguantarla, porque la que de verdad es de cine es
        la rara amabilidad del personal.
          (Publicado el
          domingo 14 de mayo del 2000)
        
          
          
          
        
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