ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 4 de junio  de 2016               
                             
 

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El Metepatas

El toreo es un Conservatorio de Palabras en riesgo de extinción: linces de Doñana léxicos que en estas sabatinas tratamos de preservar. Lo pensé cuando en la Casa de ABC el hijo del bueno y grande de Fernando Carrasco recogía el premio Manuel Ramírez concedido póstumamente a su padre. En el emotivo acto entre el recuerdo de los dos compañeros desaparecidos (los comentarios taurinos a una mano de Manolo Ramírez y las revoleras de Fernando Carrasco), igual que en las nocturnas descubrimos a becerristas que pueden llegar a figura, yo hallé la grandeza literaria de lo bien que escribe un compañero al que sólo conocía por sus textos políticos o por su valiente defensa de los valores liberales y conservadores en el Consejo Audiovisual de Andalucía. Me refiero al querido Carlos del Barco, que con el corazón más que con las teclas del ordenata había escrito una cercana, sentida y honda semblanza de Carrasco. Y describiendo a la fauna diversa que Fernando se encontraba en la plaza del Arenal de sus crónicas, evocó Carlos del Barco un arquetipo sevillano que se está perdiendo, así como la voz que lo designa: el metepatas. Si no hubiera sido tan sentimental y evocativa la casi velada necrológica en memoria de Fernando Carrasco, le hubiera dicho a Carlos del Barco, que tiene paladar para nuestras guasas:

-- ¿Por qué no organizamos el Pregón del Metepatas?

Como mi compadre Antonio Martín cantaba en su primera comparsa de 1968 que "el tanguillo gaditano/se está perdiendo/y es una pena", el metepatas sevillano se está perdiendo y es una pena. En la plaza de toros hay cada vez menos metepatas. Los que a destiempo, con mucho malaje, sueltan desde el tendido una voz tan destemplada como inadecuada. Aquellos metepatas que se hartaban con Curro Romero se están perdiendo, en este caso, para bien de la Fiesta. Los que cuando a Romero le había tocado una esaborición en forma de cuatreño y cortaba por la calle de enmedio, pasaportándolo de un espadazo tras pararlo con dos solos muletazos, en el siguiente toro, cuando algún torerito se ceñía en verónicas, saltaba con su voz de metepatas profesional y con carné de primera:

--¡Aprende, Curro!

No, hijo mío: el que tienes que aprender eres tú, so metepatas, que no sabes que estamos en el primer templo de la Liturgia del Toreo. Este era el metepatas de los toros; pero hay metepatas en todos los ámbitos de la ciudad. Aunque, como digo, se están perdiendo. En las cofradías cada vez hay menos metepatas. Por ejemplo, el Metepatas de Cabildo General, que salía por los Cerros de Úbeda y ponía de paso colorada a media junta de oficiales. O el Metepatas de Estación de Penitencia, el nazareno que se salía de su tramo, se quitaba el capirote, se metía en un bar...y venía un reportero de un periódico extranjero (o de cierto diario local bastante especializado en la materia) y le hacía una foto con tanta mala leche que daba la vuelta al mundo. Metepatas era aquel músico de la Banda del Sol que le dejó su uniforme a una novieta maciza para que se retratara con ella. O el armao que tal hizo con otra pechugona de buen ver y le permitió ponerse ese atuendo romano que todo macareno sabe que es como la túnica sagrada de la Centuria en su estación de penitencia.

Hay canis metepatas, a montones. Y metepatas que pisan la raya de picadores de la tercera edad, metepatas cascarrabias. Y patosos: otra palabra que se ha perdido. El patoso, por ejemplo, es el que tiene mal vino en la Feria y se pone inaguantable, que es para darle dos guantás y que se le quite la tajá en un momento. El patoso es aquel al que le sale la guasa que lleva dentro. Tela. La Cristalería Erausquin que tiene en la barriga, donde lleva gatos por estrenar, como decía Manolo Camará de cierto torero. ¿Es bueno o malo que cada vez haya menos metepatas y menos patosos? Igual que, en plan Doñana, ciertos clubes sevillanos que nombrar no quiero (pero que usted se imagina) son Reservas de Señoritos, al paso que vamos tendremos que crear el Parque Nacional de Metepatas y Patosos, para que la triste especie, sevillanísima, no se extinga como se están perdiendo las voces que la designan.

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