Si
las señoras no tienen edad, las augustas señoras, menos todavía. Así que digamos
años. Con los años que tiene S.A.R. Doña María de las Mercedes de Borbón hay que ver
el mérito que supone que, cuando está tranquilita en su casa de Madrid, de charlita con
las amigas y con las damas de semana como Menchu Tablantes, coger la silla de ruedas, que
la monten en el coche, que la lleven hasta Atocha, que la suban en el Ave, que se tire dos
horas y media en el tren aguantando pesados y oyendo motorolas de horteras, bajar en Santa
Justa, otra vez al coche, a la suite del hotel que lleva el nombre de su augusto suegro,
al coche, a los toros, bajar del coche, entrar por la puerta de la casa de la Maestranza,
subir en el ascensor y al palco del Príncipe... Y todo, por ver a Curro Romero. Grandes
sacrificios hacen, desde luego los partidarios del Faraón, entre los que no son los
menores ejercer la suprema caridad de tener que aguantar a los anticurristas, pero creo
que ninguno con tanto mérito hay cual Doña Marìa como la primera currista militante.
Primera currista y primera
defensora de la fiesta nacional en una Familia Real que no está mucho por la labor que
digamos, por grecogermanas cuestiones. Por eso me maravilló que el otro día, cuando
Pareja, Valderrama y Umbreteño estaban a punto de hacer el paseíllo en la corrida de
Ande, sonara como Dios manda la Marcha Real para recibir con los honores de ordenanza a la
que fue Reina de todos los españoles en Estoril y es, aparte de madre del Rey felizmente
reinante, la primera currista de Sevilla y la primera aficionada a los toros de España.
Porque si veces viene a los toros Doña María a Sevilla, innumerables son las que va en
Madrid. Allí, claro, no le tocan la Marcha Real, porque allí no tienen paladar ni gusto
por las tradiciones. Tradición que hace que los cabales se esperen hasta mucho después
de ese contra-paseíllo que se inventó recientemente, y que es el abandono de la plaza
por los diestros actuantes; y que aguarden hasta que suene la Marcha Real despidiendo a la
augusta aficionada.
Así ocurrió, como debe
ocurrir siempre, en la corrida de Ande. Pero así no ocurrió, ay, en muchas de las
corridas de feria presenciadas por Doña María, cuando estaban aquí todos los pintamonas
de Madrid y Sevilla debe más que nunca ejercer su magisterio de costumbres. Los
maestrantes, por fin, habían hecho caso a la campaña belmontina en EL MUNDO acerca de
los debidos honores de Marcha Real a la nuera de Rey, esposa de Rey y madre de Rey.
Y pensé entonces lo
contradictoria que es esta Sevilla. Pensé en el topicazo de que la feria la inventaron un
vasco y un catalán, y también pensé en lo que no se dice, que el marqués de Tarifa
importó la Semana Santa metiéndose en carretera y trayéndosela desde el mismísimo
Jerusalén. Pensé que en Sevilla un republicano como Angel Casal Casado, concejal del
Frente Popular, se hizo Rey de los Bolsos en la calle Sierpes. Y que los maestrantes, en
cuestión de honores a Doña María, han tenido que terminar tragando y haciendo caso a un
republicano convicto y confeso como José Antonio Gómez Marín. A mí, que soy
monárquico fundamentalmente por estas razones estéticas e históricas, me da pena que un
republicano tenga que recordar su obligación a los caballeros de Sevilla que deben tener
entre sus fines públicos el magisterio de costumbres que siempre cumplió la nobleza. Es
preocupante que en una ciudad tan ritual y tradicional nos dejemos ir de esta forma, y a
Doña María se la reciba como en Las Ventas de Madrid, que es la plaza de una autonomía
y no de un Real Cuerpo como la nuestra. Escuché con tristeza la Marcha Real cuando en la
plaza del Arenal que poseen los maestrantes por un derecho anterior a la vigente
Constitución, sonaba en honor de la Madre del Rey, pero gracias a la labor de un
republicano. Pensé que la consejera de Cultura no debe preocuparse tanto porque se han
llevado a Toledo los papeles de Medinaceli. Hay otros que han perdido los papeles sin que
salgan de Sevilla.