En el trasmallo de las redes sociales cada vez leo más una palabra que nunca he oído, y menos en Sevilla: "zasca". ¿Es un madrileñismo? ¿O una voz de esa fuente inagotable de creación de lenguaje, el habla de los más jóvenes y sus modas? Como aquella que tan pronto pasó y que para ponderar que algo estaba muy bien se decía: "Mola mazo". ¡Qué poco ha durado el "mola mazo"!
-- Es que probablemente le han aplicado la Ley de la Memoria Histórica.
-- ¿La revanchista Memoria Histórica? ¿Por qué?
-- Hombre, por lo de "mola". Como Mola les suena a general de los nacionales al que han quitado todas las calles que tenía dedicadas (por ejemplo, en Sevilla, La Alfalfa), seguro que creen que lo de "mola" es facha. Así que de "mola mazo", nada. En todo caso hay que darle con un mazo en toda la cabeza a la memoria de Mola, que no es lo mismo...
Me pregunto de dónde vendrá lo de "zasca", que no he visto que haya pasado de la escritura a la oralidad. En estas elecciones he leído cientos de mensajes y comentarios con el "zasca" dichoso: "Las urnas dan un zasca a Podemos, que pierde más de un millón de votos"; "El escrutinio definitivo, un zasca a las encuestas a pie de urna, que no acertaron ni urna, perdón, ni una"; "Zasca del PSOE al posible pacto con Podemos". Y todo así. Zasca, por tanto, tiene que significar algo así como revés o golpe no esperado. Pero, hijos, eso en Sevilla se dice de otras formas menos cursis y rebuscadas:
-- Le dio un revés que no veas, lo dejó sin habla, el tío no sabía ya por dónde salir.
-- ¡Menuda bofetá sin manos le has pegado a ese descarado!
Así que les traduzco, pues, ese "zasca": en Sevilla se dice "bofetá sin manos". Incluso "gofetá sin manos". Porque en Sevilla hay muchas clases de bofetadas. Empezando por la que le dieron a Nuestro Señor Jesucristo antes de su prendimiento y que da nombre popular a la Cofradía del Dulce Nombre, en la que muchos hermanos clásicos, como mi leído José Félix Machuca, tienen a gala y honor llamarse a sí mismos "bofeteros". Y después, en estos días, hay una bofetá incorpórea, sin manos, que forma parte de nuestro patrimonio inmaterial: la bofetá de calor. A diferencia del "zasca" madrileñín, esto de la bofetá de la calor sí que lo oímos a diario en Sevilla. Me acaba de ocurrir una cosa muy rara. A todo el mundo, en estas fechas, se le rompe el aire acondicionado, ¿no?, y no vienen a arreglarlo ni a la de tres, ¡qué calorazo! Bueno, pues a mí se me ha estropeado...¡el agua caliente! Menos mal que no fue en enero. Por eso acudió raudo y efectivo el técnico de Junkers y un periquete arregló la caldera de gas del agua caliente. Y empezaba a desmontarla en la terraza del lavadero, cuando le dije:
-- ¿Le abro la ventana para que haga más fresquito?
-- No, muchas gracias, pero no la abra, porque ahora lo que entra es flama y va a darnos una bofetá de calor...
O sea, "el zasca de la flama", que diría uno de por ahí, si tuvieran la dicha (que no la tienen) de saber qué es la flama sevillana: esa calor reconcentrada durante todo el día sobre las piedras de la Catedral, sobre las azoteas en cuyos ladrillos el lorenzo se ha hartado de pegar leña desde que amaneció por los Alcores. Tan clásica como la flema de los ingleses (que hacen arte de ella hasta para najarse de la Unión Europea) es la flama de nuestra tierra. Y los sevillanos hicimos un arte histórico en los recursos de la lucha contra la flama: que si las velas en las calles y en los patios, que si los búcaros, que si el abanico incluso para caballeros, de los pequeñitos que vendían en Casa Rubio, a la medida exacta para guardártelos en el bolsillo de arriba de la chaqueta. Pensándolo bien, el técnico de la caldera de gas me dio un "zasca" en materia sevillanísima de flama, al decirme que no abriera la ventana, porque lo que entraba era una bofetá de calor...
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