En
este mundo que cada día es más un pañuelo, a los niños les ha dado por irse a estudiar
o a trabajar al extranjero. El que no está en Bruselas haciendo el master en Unión
Europea es porque está en Londres estudiando Economía para colocarse en un banco. Antes
la gente entraba en los bancos de botones y llegaba a presidente, como Alfonso Escámez, y
ahora entran de expertos europeos, pero, vamos, al cambio, botones, y no llegan a
presidentes ni a la de tres. La otra noche, en una cenita simpática que organizaron
Beatriz Valdenebro y Miguel Lasso de la Vega para escuchar desde su impresionante terraza
con derecho a Catedral el concierto de reestreno de campanas de una Giralda convertida en
cine de reestreno de sonidos, oí una conversación preciosa entre señoras:
--- No, mi hijo Pedro ya no
está en París, ahora está en México...
-- Y tendrá una novia
mexicana, naturalmente...
-- No, tiene una novia
americana que conoció en París, pero la niña no está en México ni en París, ella
está ahora en Milán... ¿Y el tuyo?
-- Pues el mío está en
Londres y tiene una novia alemana.
Alguien terció y sentenció
un retrato generacional:
-- Claro, vosotras tanto
querer mandar vuestros hijos al extranjero, a que aprendan idiomas y hagan másteres, que
desde los siete años los estáis mandando a los pobrecitos a Irlanda, y ahí los
tenéis... Estos han levantado el vuelo, han cogido altura y no vuelven a Sevilla ni con
la Guardia Civil...
Y menos que van a volver. Lo
sé porque muchos de estos andaluces de la diáspora me leen cada día a través de
Internet y me cuentan cómo les parece la tierra contemplada en lejanía. Desconectados de
las noticias españolas, no se quieren creer muchas de las cosas que pasan aquí. Uno de
estos jóvenes andaluces que me hacen el honor de leerme desde tan lejos me puso el otro
día un correo electrónico desde Bruselas diciendo que hay que ver la imaginación que
tengo, que inventarme la guasa de Don Ramone y Bartolín, que era una segunda edición del
Matilde, Perico y Periquín que su madre le decìa que oía de niña por la radio.
Trabajo me costó responderle diciendo que no, que la historia de Bartolín era verdad,
que aquí hay quien se inventa un secuestro con transbordo.
Y ayer, viendo en Internet la
fotografía de la banda del Sargento Peppers de los anunciantes del aceite de oliva,
cuánta pringue, hijo, otro de estos andalucitos de la diáspora me puso un correo
electrónico desde la Universidad americana donde estudia, preguntándome: "¿Pero
eso de los anuncios del aceite de oliva es verdad, Burgos, o te lo has inventado tú?
¿Con qué cara anuncia Felipe González el aceite de oliva, cuando a la política europea
sobre el olivar fue él mismo el que no le salió al paso cuando estaba de presidente del
Gobierno? ¿Y de verdad que han hecho ese anuncio con los retratitos de todos, y que el
consejero de Agricultura allí, entre La Martirio y Los Morancos? ¿O es una broma de tu
amigo el Marqués de las Cabriolas, que se ha hecho un fotomontaje con el Photoshop?
Contéstame, porque no sé si felicitar al Marqués por su ingenio, si el montaje es suyo,
o si pensar que vaya tela la tierra que tenemos, no te puedes ni imaginar, Antonio, cómo
se ven desde aquí esas cosas de surrealistas, con lo de Doñana hemos sido la
"risión", como dice mi abuela..."
Contesto del tirón, en papel
y en Internet, al lector andaluz que vive su sueño americano: sí, hijo, desgraciadamente
todo esto es verdad. Es triste, pero es verdad, lo de Bartolín y lo del aceite. De la
banda de los GAL, a la banda del Sargento Pepper del aceite, para que ahora González
quede como el salvador del olivar. Bueno, el salvador, la calle Cuna y la Cuesta del
Rosario... Y lo más triste todavía es que hay por lo menos tres millones de andaluces a
los que estas cosas les parecen de perlas, y que poco le parece el aceite para que lo
anuncie González, y que con los GAL hicieron lo que tenían que hacer...