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Memoria de Andalucía

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,   sábado 15 de mayo de 1999


Un Rocío con ermita y sin prensa del corazón

La derribada ermita del Rocío, vista por Idígoras y Pachi

La derribada ermita del Rocío, vista por Idígoras y Pachi
 

 

El franquismo también llegó al Rocío. De los efectos del triunfalismo de la dictadura no se libró ni la Blanca Paloma. Los almonteños, que habían resistido a los franceses, que habían impuesto el voto por "La Que viene por las arenas" cuando las tensiones del traslado en la II República, sucumbieron al triunfalismo de los Planes de Desarrollo. Quizá de la mano de don Pedro Cantero Cuadrado, que fue el obispo franquista de Huelva. No es centralismo sevillano, amigos de Huelva, evocar que mientras no existió diócesis onubense, cuando Almonte dependía del Arzobispado de Sevilla, la Mitra de San Isidoro no impuso una política eclesiástica rociera. Se consideraba, como debe ser, que el Rocío es cosa de Almonte y de los almonteños, la romería de un pueblo, de la que, andando el tiempo, no sólo se apropió Sevilla, sino incluso las gentes de Madrid que vienen por la Candelaria vestidos de montería como si fueran a una fiesta en un latifundio de Samuel Flores, que los señoritos de Madrid sí que tienen latifundios, y no el tópico de los terratenientes andaluces.

Con don Pedro Cantero Cuadrado, como Franco había hecho un Polo de Desarrollo en Huelva, cundió el sentimiento de que había que hacer en el Rocío un Polo de Desarrollo Mariano. Don Pedro no era precisamente Muñoz y Pabón, el legado rociero de los arzobispos de Sevilla, el que logró la coronación de la Blanca Paloma e hizo respetar por la Iglesia la fe según el nacionalismo almonteño, que todo lo de Euskadi, la lengua vascongada y esas cosas es una barriada al lado del sentimiento de los almonteños por sus cosas. Con Cantero Cuadrado se empezó a pensar en la carretera. "El que quiera ir al Rocìo/ que vaya por las arenas/no vaya a ser tan malage/que vaya por carretera"... cantaban Los Hermanos Reyes. Y fueron tan malages que hicieron la carretera, y como estábamos en la España del 600, pues el Rocío se llenó de lo que nunca tuvo y que tanto abunda ahora: de domingueros. Donde las carretas en los corrales de las casas rocieras con sombrajo de hojas de eucaliptus en la puerta florecieron hasta las tiendas de campaña. Empezaron las carriolas con cuarto de baño y alicatadas hasta el techo, con terraza y todo, como casitas adosadas rodantes. El tesoro oculto de los almonteños, que cuidaban como seña de identidad, al que había que acceder por un camino iniciático de arenas y pinares, fue profanado por los intrusos domingueros. La Hermandad Matriz no podía ya ejercer el Método Ogino de natalidad sobre las filiales. Se tenía que limitar a recibir el Premio de Natalidad, como si la recepción de hermandades fuera la entrega de galardones franquistas del 18 de Julio.

Y en aquella fiebre del desarrollo rociero, con Hispavox comenzando a inundar España de sevillanas de los pinos y las carretas, no se les ocurrió otra cosa que derribar la antigua Ermita, la del pocito, la de las paredes llenas de ex-votos centenarios, como aquel barco de un naufragio que evitó la Virgen, como aquella petaca con una Blanca Paloma de plata donde fue a dar el tiro perdido en una cacería que iba a atravesar el corazón de un almonteño... Sin que Comisión del Patrimonio alguna abriera la boca, sin que ningún defensor de los cielos almonteños perdidos escribiera un solo artículo, fue derribada en el triunfalismo franquista la ermita del Siglo No Sé Cuántos, del Rocío de la leyenda, de la Coronación de la Virgen, de la Condesa de París, de los viejos trianeros, de la gente de Coria y de Villamarique . Un Polo en Huelva, un Puente Carranza en Cádiz, una Costa del Sol en Málaga, un Plan Jaén, y en Almonte, una ermita neobarroca para que don Pedro Cantero Cuadrado pudiera inaugurar el pantano de la primera piedra.

Se acabó entonces aquel maravilloso Rocío sin famosos, sin domingueros, sin gente de Madrid. Al Rocío iban los que tenían que ir, a rezar a la Virgen en la ermita de siempre. Con los dedos de una mano se pueden contar los famosos que hasta La Rocina llegaron: los hermanos Alvarez Quintero, Alejandro Lerroux, y pare usted de contar. A partir del derribo de la vieja ermita, al Rocío (que es de Almonte, y sólo de Almonte, nunca se olvide) se le metió por las puertas el espantoso millón de domingueros, y, horror, el famoseo del artisteo de la prensa del corazón. Ahora, lo que no es Isabel Pantoja es María del Monte y lo que no es Carmen Ordóñez es Mario Conde, o el nuevo rico de Madrid de turno que ha alquilado este año la mejor casa en la calle Moguer. Del desarrollismo franquista pasamos al Rocío de los fascículos, y todo empezó cuando derribaron la ermita.

Y como entonces no había ni ecologistas del Coto, nadie dijo una palabra. Estaban todos deseando que hicieran la ermita nueva, y la carretera, para ir con el millón de domingueros. Y salir todos en el "Hola".

 

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