EVIDENTEMENTE, LA
dictadura de Franco se estaba
reblandeciendo a aquellas alturas en que se había constituido la ONU,
había sido promulgada la Declaración Universal de los Derechos Humanos
y habían llegado los americanos a Torrejón, Zaragoza, Rota y Morón.
Razones todas por las cuales nos libramos de tener que aprendernos, uno
por uno, todos y por su orden, como hasta hacía apenas unos años, la
lista completa de los Reyes Godos, con pedrea, aproximación y centena.
Nos teníamos que aprender de memoria,
de carretilla, las obras de misericordia, los frutos del Espíritu
Santo, las tres capitales de Aragón, las valencias de flúor, cloro,
bromo y yodo, la declinación del singular y del plural de rosa-rosae,
la fórmula del ácido sulfúrico, la métrica de la octava real... Pero
nos habíamos librado de la terrible lista de los Reyes Godos. Bastaba
con aprenderse como un resumen de lo publicado de aquel culebrón de la
Historia, como la solapa del libro de la Edad Media. Era facilísimo
aprenderse el pasavolante que nuestros ya abiertos y casi permisivos
planes de estudio le pegaban a la lista de los Reyes Godos, aquel regate
que parecía de Di Stefano o de Puskas. Por lo facilongo que era, nunca
se nos olvidó. Miren lo que decía:
"Los Reyes Godos fueron 33, pero
los más famosos fueron 4: Ataúlfo, Recaredo, Wamba y Don
Rodrigo"...
¿Y los demás? A los demás, que les
vayan dando. Los demás, para el terror de las promociones anteriores de
alumnos de Primaria y Secundaria, de monjas y curas y de institutos.
Leovigildo no existió para nosotros, y por ello fuimos aproximadamente
felices. De Suintila no sabíamos absolutamente nada, a pesar de lo cual
podíamos llevar al cine a aquella niña tan guapa de las Esclavas
Concepcionistas cuyos amoríos se disputaba media clase. Los Reyes Godos
estaban en las estatuas de la Plaza de Oriente, ay, dolor, pero eran
como esculturas innominadas, como monumentos al soldado desconocido de
aquel tebeo de moros y cristianos, de malos y buenos, de invasores y
resistentes, como "El Guerrero del Antifaz", en que nos
habían convertido la enseñanza de la Historia de España. Es más:
nunca llegamos a saber exactamente si los puñeteros Reyes Godos eran de
los buenos o eran de los malos. Puestos en el tebeo de la Historia,
hasta había un oso, como Yogui, un oso que le había dado un abrazo
mortal a uno de los Reyes Godos. Pero como ya nos libramos de
aprendernos la lista completa, nunca supimos a quién se pasaportó el
oso. ¿Fue a Favila, fue a Witiza, o fue a Manolete en Linares acaso?
Los mayores, los del plan antiguo,
presumiendo, nos decían:
-- ¿A qué no te sabes la lista de los
Reyes Godos?
-- Sí, Ataúlfo, Recaredo, Wamba y Don
Rodrigo...
-- No, la lista completa...
-- La lista completa no va a examen. Si
ni siquiera viene en la letra chica...
Nuestras promociones escolares de los
50 demostraron que con sólo cuatro Reyes Godos se podía vivir
perfectamente. Que aunque ya nadábamos en una relativa abundancia con
la leche de los americanos y el queso de color rosa que repartían en
los colegios, se podía aplicar la cartilla de racionamiento con efectos
retroactivos a la lista de los Reyes Godos. Y los cuatro famosos que nos
quedaban, de la portada del "Hola" de los Reyes Godos, pues
eran casi como de la familia. Nos sonaban muchísimo. Ataúlfo nos
sonaba por Radio Nacional, por el No-Do y por la Plaza Porticada de los
Festivales de Santander: Ataúlfo era Ataúlfo Argenta, naturalmente, el
Rey Godo con gomina y cara de tuberculoso que dirigía la Orquesta
Nacional de España, entonces todo era Nacional de España, Radio
Nacional de España, Telefónica Nacional de España. Recaredo nos
sonaba porque tenía una calle, entre Menéndez Pelayo y María
Auxiliadora: Recaredo había sido plenamente incorporado a los valores
del Régimen, entre la Religión y el pensamiento rancio, por casualidad
no lo pusieron entre el Corazón de Jesús y Jaime Balmes. Don Rodrigo
era un apeadero de ferrocarril, donde el tren de Cádiz se detenía
siempre cuando íbamos a tomar los baños, pasada la Virgen del Carmen.
En cuanto a Wamba, era el mejor de todos. A Wamba lo llevábamos en los
pies. Wamba eran las zapatillas blancas de tenis del veraneo: Wamba
Pirelli.
Evidentemente, la dictadura no era ya
lo que fue. Nos habíamos librado de la lista de los Reyes Godos y en
vez de unas alpargatas teníamos unas Wamba Pirelli.
(Publicado el
sábado 30 de junio del 2000, en el suplemento número 28 de "El
Reportaje de la Historia")