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Antonio Burgos: Jazminez en el ojal

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La terrible lista de los Reyes Godos

 

EVIDENTEMENTE, LA dictadura de Franco se estaba reblandeciendo a aquellas alturas en que se había constituido la ONU, había sido promulgada la Declaración Universal de los Derechos Humanos y habían llegado los americanos a Torrejón, Zaragoza, Rota y Morón. Razones todas por las cuales nos libramos de tener que aprendernos, uno por uno, todos y por su orden, como hasta hacía apenas unos años, la lista completa de los Reyes Godos, con pedrea, aproximación y centena.

Nos teníamos que aprender de memoria, de carretilla, las obras de misericordia, los frutos del Espíritu Santo, las tres capitales de Aragón, las valencias de flúor, cloro, bromo y yodo, la declinación del singular y del plural de rosa-rosae, la fórmula del ácido sulfúrico, la métrica de la octava real... Pero nos habíamos librado de la terrible lista de los Reyes Godos. Bastaba con aprenderse como un resumen de lo publicado de aquel culebrón de la Historia, como la solapa del libro de la Edad Media. Era facilísimo aprenderse el pasavolante que nuestros ya abiertos y casi permisivos planes de estudio le pegaban a la lista de los Reyes Godos, aquel regate que parecía de Di Stefano o de Puskas. Por lo facilongo que era, nunca se nos olvidó. Miren lo que decía:

"Los Reyes Godos fueron 33, pero los más famosos fueron 4: Ataúlfo, Recaredo, Wamba y Don Rodrigo"...

¿Y los demás? A los demás, que les vayan dando. Los demás, para el terror de las promociones anteriores de alumnos de Primaria y Secundaria, de monjas y curas y de institutos. Leovigildo no existió para nosotros, y por ello fuimos aproximadamente felices. De Suintila no sabíamos absolutamente nada, a pesar de lo cual podíamos llevar al cine a aquella niña tan guapa de las Esclavas Concepcionistas cuyos amoríos se disputaba media clase. Los Reyes Godos estaban en las estatuas de la Plaza de Oriente, ay, dolor, pero eran como esculturas innominadas, como monumentos al soldado desconocido de aquel tebeo de moros y cristianos, de malos y buenos, de invasores y resistentes, como "El Guerrero del Antifaz", en que nos habían convertido la enseñanza de la Historia de España. Es más: nunca llegamos a saber exactamente si los puñeteros Reyes Godos eran de los buenos o eran de los malos. Puestos en el tebeo de la Historia, hasta había un oso, como Yogui, un oso que le había dado un abrazo mortal a uno de los Reyes Godos. Pero como ya nos libramos de aprendernos la lista completa, nunca supimos a quién se pasaportó el oso. ¿Fue a Favila, fue a Witiza, o fue a Manolete en Linares acaso?

Los mayores, los del plan antiguo, presumiendo, nos decían:

-- ¿A qué no te sabes la lista de los Reyes Godos?

-- Sí, Ataúlfo, Recaredo, Wamba y Don Rodrigo...

-- No, la lista completa...

-- La lista completa no va a examen. Si ni siquiera viene en la letra chica...

Nuestras promociones escolares de los 50 demostraron que con sólo cuatro Reyes Godos se podía vivir perfectamente. Que aunque ya nadábamos en una relativa abundancia con la leche de los americanos y el queso de color rosa que repartían en los colegios, se podía aplicar la cartilla de racionamiento con efectos retroactivos a la lista de los Reyes Godos. Y los cuatro famosos que nos quedaban, de la portada del "Hola" de los Reyes Godos, pues eran casi como de la familia. Nos sonaban muchísimo. Ataúlfo nos sonaba por Radio Nacional, por el No-Do y por la Plaza Porticada de los Festivales de Santander: Ataúlfo era Ataúlfo Argenta, naturalmente, el Rey Godo con gomina y cara de tuberculoso que dirigía la Orquesta Nacional de España, entonces todo era Nacional de España, Radio Nacional de España, Telefónica Nacional de España. Recaredo nos sonaba porque tenía una calle, entre Menéndez Pelayo y María Auxiliadora: Recaredo había sido plenamente incorporado a los valores del Régimen, entre la Religión y el pensamiento rancio, por casualidad no lo pusieron entre el Corazón de Jesús y Jaime Balmes. Don Rodrigo era un apeadero de ferrocarril, donde el tren de Cádiz se detenía siempre cuando íbamos a tomar los baños, pasada la Virgen del Carmen. En cuanto a Wamba, era el mejor de todos. A Wamba lo llevábamos en los pies. Wamba eran las zapatillas blancas de tenis del veraneo: Wamba Pirelli.

Evidentemente, la dictadura no era ya lo que fue. Nos habíamos librado de la lista de los Reyes Godos y en vez de unas alpargatas teníamos unas Wamba Pirelli.

 

(Publicado el sábado 30 de junio del 2000, en el suplemento número 28 de "El Reportaje de la Historia")

 

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