LAMENTO NO
RECORDAR el resultado de aquella encuesta
a modo de votación que hicieron una vez en una emisora de radio para
que los oyentes dijeran qué pueblo de España tiene el nombre más
hermoso. Para mí, desde las enciclopedias Dalmau Carles (que no
Alvarez) de primaria, es Madrigal de las Altas Torres. Eso no es un
topónimo, eso es el título de un poema. Dices "Madrigal de las
Altas Torres" y piensas que Gutierre de Cetina está describiendo
en Ecija unos ojos claros, serenos. No le pongo puertas al campo
toponímico del Madoz ni a la Guía de Carreteras del Ministerio de
Fomento, que quizá haya pueblos con nombres más hermosos aun que el
que señalo. O calles. Hay calles que tienen nombres poemáticos.
Muchos ayuntamientos las han rescatado de la memoria del pueblo, como
en una excavación arqueológica. Quitaban el nombre del general
Queipo de Llano y salía debajo: "Calle Mesones". Retiraban
el rótulo de Calvo Sotelo y salía: "Calleja de la
Herrería". El Puerto de Santa María está lleno de estos
nombres poéticos de calles, hasta el punto de que cualquiera que
llegue a la ciudad puede creer que el Ayuntamiento fue asesorado por
el difunto Alberti. En El Puerto hay una de las plazas con nombre más
bello de España: Plaza de las Galeras Reales. Y hay una calle de los
Pozos Dulces. Tomás Terry puede poner en los membretes de sus cartas
las señas más hermosas que ningún español puede mandar a la
imprenta cuando se encarga recado de escribir: Calle Cielo esquina a
Plaza de los Jazmines. Mi ciudad de Sevilla tampoco tiene mal gusto en
los nombres históricos de las calles, muchos de los cuales van a ser
rescatados. La que lleva al río desde la Catedral es la Calle de la
Mar. En el Barrio de Santa Cruz está la Calle Vida. Cernuda vivió en
la Calle del Aire, a la que parece que se le ha quedado título de
revista de poesía, de hermoso que es. Como Callejón del Agua.
Discurría por allí el agua del acueducto de los Caños de Carmona,
por los muros del Alcázar, hacia el interior del palacio, y se le
quedó Callejón del Agua.
O calle Gloria. Tan convencidos
estamos a veces de vivir en ella, que se lo ponemos de nombre a las
calles. En Sevilla hay una calle Gloria. En Cádiz, otra. Ahora que me
he puesto a pensar hermosuras del callejero, al modo de aquel concurso
radiofónico, he echado a pelar ambas calles de las dos ciudades
fundadas por Hércules, la calle Gloria de Sevilla, la calle Gloria de
Cádiz. Y no sé con cuál quedarme. La calle Gloria de Sevilla,
corazón de Vida y de Agua del barrio de Santa Cruz, va de la Plaza de
Doña Elvira, que suena a bolero de Carmelo Larrea, a la plaza de los
Venerables, que son los Venerables Sacerdotes, la tercera edad de los
tonsurados acogidos en el asilo que allí se levantaba y que ahora
alberga una fundación cultural. Pero es que la calle Gloria de
Cádiz... La calle Gloria de Cádiz está en las estribaciones
portuarias del barrio de Santa María, donde la ciudad medieval se
abre al muelle. Va de Plocia a Sopranis, junto a la Fábrica del
Tabaco que venía directamente de Cuba, cuando en Cádiz era más
fácil coger el barco para ir a tomar café a La Habana que la
diligencia para llegar a Madrid. La calle Gloria de Cádiz es aún
más estrecha que la de Sevilla. Calles tan estrechas que puedes tocar
ambas paredes con las manos. Calles como hechas para un Santo Tomás
que toque la cal de sus muros y crea en la belleza. Si la calle Gloria
de Sevilla está abierta a los pregones, es como una siesta evocada
por el poeta Alejandro Collantes de Terán, que allí vivió, la calle
Gloria de Cádiz le busca las vueltas al viento de levante, como todas
las arteras esquinas del barrio de Santa María. Desde la calle Gloria
de Sevilla se oyen las campanas de las espadañas de los conventos.
Desde la calle Gloria de Cádiz se oyen las sirenas de Ulises de los
barcos del Muelle Ciudad.
Estaba por inclinarme por la calle
Gloria de Sevilla, hasta que un olor a pan, en la gaditana,
paradisíaca calle, venció definitivamente la balanza del lado de la
mar, a costa del río. Cádiz tiene hermosos hasta los nombres de sus
hornos panaderos: Horno de la Rosa, Horno de la Gloria. En esa
partición del mundo, confieso mi predilección por el Horno de la
calle Gloria. Entras por la calle medieval y el olor del Horno de la
Gloria te lleva directamente a ella. Olor antiguo de pan recién
hecho. Los largos mostradores del comercio del obrador, donde te
venden los dulces, las piezas de pan. Y los picos. Los andaluces
llamamos picos a los que en otros sitios son colines o grisines. Esas
piezas minúsculas de pan, como picos de bollos que hubieran
emancipado y ganado la independencia. Los picos de la Gloria son una
gloria. Picos más medievales que el trazado de la calle, que el olor
de su horno. Picos que tienen que alardear de cercanía de la iglesia
de Santo Domingo, porque a leguas se les ve su hebraico origen. Picos
de ajonjolí, minúsculos, con todo el sabor de las especias de una
ruta que por estos muelles cercanos pasaba un día. Alardean los
italianos de sus grisines piamonteses, lombardos, y es porque Europa
no ha descubierto los picos de ajonjolí de La Gloria gaditana. Los he
visto copiados por muchos sitios de España, pero no llegan a los
picos de La Gloria. Llegan, todo lo más, a picos del Purgatorio.
Porque la Gloria de los picos está en Cádiz. Con toda la fama
piquera que lleva Jerez, la lana medieval y hebraica del ajonjolí
está en Cádiz. La capital de la provincia de los bellos nombres:
Benamahoma, Zahara de los Atunes, Setenil de las Bodegas, Alcalá de
los Gazules...