Te
entregaron, Fernando, como un verso de Alberti, en la Cádiz que sueñas, que amas y que
vives, el título solemne que dice que eres hijo de esa mar, de ese sueño, de ese amor,
de esa vida, ahora que van diciendo La Viña y Mentidero que a Fernando Quiñones le
quedan tres levantes. Da esta mar estos hijos, los adopta en Chiclana, a Conil va por
ellos, hasta en Jerez los busca. Son murallas del aire, del viento las de Cádiz, no
murallas de pieras de mojarra y ostiones. Abiertas las murallas, que las Puertas de
Tierra, son dos arcos, Fernando, son dos brazos abiertos, que recibieron siempre como
propio al de fuera, ya ves los apellidos, tan italianizantes, tan de esa Venecia donde,
dux y poeta, te casaste, Fernando, te pusiste al dedo aquel anillo véneto que a la mar
arrojaban cada año los dogos, solamente que entonces, te trajiste a tu Cádiz, como una
barquilla de Caleta y castillo, el Bucintoro en forma de una mujer amada.
Y en ese mar de Cádiz que te
ha hecho adoptivo, un castillo, Fernando, va diciendo a los vientos dónde está el
paraíso al que llamas Caleta, que recorres de monje de botellas y latas, recogiendo las
sobras del vómito del agua, para dejar la playa tan limpia como un sueño. Has pasado las
horas, Fernando, en la Caleta. Has oído qué cuentan los viejos marineros que están como
de guardia sentados en su puerta. La recacha del viento te contó sus aguajes, el amor de
una niña, la muerte de un ahogado. Canciones de piratas y crónicas del Ándalus, las
grandes temporadas, las historias del vino, aquel libro de Ascanio, llamado de las flores,
todo salió, Fernando, del Cádiz que te adopta.
Y te entrega, Fernando, las
llaves de un castillo. De las miles de cosas que te han hecho estos meses, lo más bonito,
hijo, lo que te dio Teófila. La alcaldesa te ha hecho alcaide del castillo, ah del muro,
Fernando, que el sol se está poniendo, y tiene la costumbre de colarse en sus puertas. La
alcaldesa, Fernando, te ha entregado las llaves que abren el poniente, las peleas de
vientos, levantes pegajosos y el norte en desafío. San Pedro caletero, me pareces,
Fernando; las llaves del castillo, las tiene, matarile, quien mejor ha cantado a Cádiz,
verso y prosa. Yo te envidio, Fernando, de alcaide caletero, de señor del castillo, del
guiño de su faro, del dorado de arenas rizadas de la tarde, de muchachos desnudos que al
agua, de cabeza, inaugurando espumas, al canal desde el puente, espantan a mojarras y a
lisas mojoneras. Cuando vuelva una tarde a ver el sol ponerse, y vea en el castillo
recortarse la sombra del aguaje de plata por la Punta Lanao, pensaré en ti, poeta, te
pediré permiso, como alcaide que eres del mar y su belleza.
Los cañones de esquina del
barrio de la Viña me han traído, Fernando, la noticia gozosa, de que los versos tuyos
siguen dando pelea, como el viento altanero que alejó a este levante, no lo cuentes,
Fernando, son muchos los que esperan: "Anda, niña... ¿morirse? ¿Tu no has visto el
Diario? Si a un libro de Quiñones le han dado ayer un premio, un premio muy
importante, a un libro de poemas... ¿Qué va a estar medio muerto, si corta dos
orejas?" Comenta luego Lalia que es una despedida, pero de esto, en el barrio, apenas
se comenta. En casa del Manteca, con la hoja en la mano, algún viejo flamenco que lee la
noticia suelta el río de gracia que desborda la tierra: "¿Tú no has visto a
Quiñones, picha, así con la gorra? Joé, si es lo mismito que era Paco Alba, mirando su
Caleta en piedra y monumento..." Tienen razón en Cádiz, Fernando de mi alma. La
gorra caletera que es corona de versos, te da un aire a comparsa, a Brujo, a Paco Alba.
Con la llave en la mano, San Pedro caletero, Paco Alba lo sabe: le quitaste la novia. Esa
novia de todos que se llama Caleta. Ojalá que el problema, Fernando, tarde mucho. Me
refiero al problema que va a tener San Pedro el día que tú llegues con la llave en la
mano, y va a creer el hombre que le quitas el puesto, porque sabe San Pedro que en Cai hay
mucho paro...