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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,  jueves 25 de marzo de 1999


Vandalucía

La Plaza del Salvador de Sevilla, ya con la rampa de las cofradías
La Plaza del Salvador de Sevilla, una de tantos lugares de la Vandalucía de la movida

No quiero ponerle paño al púlpito de la Historia, porque luego viene el medievalista, por ejemplo el profesor Manuel González Jiménez, y te pega con el manual de Aguado Bleye en toda la boca. Pero me preocupa que nuestra tierra vuelve a dar la imagen de pueblo de bárbaros. De Vandalucía. Vándalos y alanos, ¿no? Bueno, pues vándalos. Tribus urbanas, como ahora se dice, de vándalos...

-- Eso de las tribus urbanas tiene mucha gracia...

-- ¿Por qué?

-- Porque tendría que haber en contraposición unas tribus agrarias, y no las hay...

-- Sí, hombre, la tribu agraria de los que viven de la subvención del girasol, y las tribus agrarias que están todo el año mirando al cielo... de Bruselas.

Me preocupa esta imagen de una Andalucía de parques destrozados, paredes pintadas, rincones meados, plazas históricas y monumentales llenas de monumentales e históricos cristales de botellas rotas. Cada noche es triste noche de los cristales rotos. Pasas por cualquier lugar una mañanita, y es un estercolero de vasos de plástico hechos trizas, de bolsas de supermercado de fortuna donde venden las botellonas y los cubitos de hielo, cuando no de vomitonas en los umbrales y casapuertas. Y esto ocurre no solamente en las grandes ciudades, sino en los pueblos. Como todo se pega, menos lo bonito, hay por ahí cada pueblo con una movida que tiembla el misterio de la subida de la Asunción de Cantillana al barandal del cielo, por decirlo en copla de Juanito Valderrama, mis saludos a usted y a Dolores Abril, don Juan...

No sé a España, como decía el otro, pero a Andalucía no la conoce ni la madre que la parió. Precisamente aquí, paradójicamente, es donde más han mandado y durante más tiempo los que querían poner a España de modo que no la conociera ni su madre. Las abuelas tenían a gala, en el pueblo, ser limpias como los chorros del oro, tener la casa como una patena. Cada mañana, sacaban el cubo de agüita fresca, y con la manita, palmada de limpieza a palmada de limpieza, iban regando el trozo de su calle. Para que no se levantara polvo cuando, luego, la barrían con el escobón. Las plazas de los pueblos y las calles de las ciudades, sin tanta Cultura de la Ecología, tantos verdes y tanta leche migá con sopas gordas, eran una maravilla de limpieza, de cuidado público.

¿Qué ha pasado aquí, que de aquellas abuelas del escobón barriendo la calle en el pueblo hemos pasado a los nietos en las ciudades dejando los lugares de la movida como pocilgas o zahurdas, según los casos? ¿Qué ha ocurrido, que de aquel pueblo andaluz respetuoso con los signos de su pasado, hemos llegado a estos nuevos vándalos por los que tienen que vallar los jardines, cerrar los parques, trasladar las estatuas? En Sevilla ha ocurrido un hecho que es toda una radiografía social. El Ayuntamiento se va a tener que gastar una millonada en restaurar el Monumento a la Tolerancia de Eduardo Chillida, porque los nuevos vándalos de Vandalucía han puesto la escultura que da penita verla, entre pintadas y meadas, al estar situada en el epicentro de la movida ribereña de la noche guadalquevireña, toma letra de sevillanas, Peña... Es para caerse de espaldas que no respeten ni el Monumento a la Tolerancia. O que le corten las manos a los tres amores de Bécquer, o que se encalomen en el Monumento a la Constitución de 1812. No sé si históricamente será así, pero Andalucía ha vuelto a ser Vandalucía.

 

 


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