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Antonio Burgos: Jazminez en el ojal

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Carta de cafés, carta de tés

 

PRESUMO DE VIVIR en una de las ciudades del mundo que tiene mayor cultura del café. Un pedante diría que está instalada en la civilización del moka. Café con rito, o, lo que es lo mismo, acompañado de vaso de agua que te ponen sin que lo pidas, como en Viena, sin que lo pidas, te ponen lo que aquí es una batalla: la leche aparte, para que tú te la sirvas del modo que tengas más por conveniente. Igual que otros presumen de vivir donde mejor tiran la cerveza de grifo, o donde ponen para el copeo el mejor rioja o el mejor jerez, nosotros nos vanagloriamos de tener los bares que sirven el mejor café del mundo, ora en vaso, casi a la marroquina, influencia cierta del té, ora en taza. Pero siempre espumoso, con su mágica proporción de torrefacto. Sí, ya sé la crítica que nos hacen los muy cafeteros, adiós, Juan Valdés: que más que la pureza del café nos dejamos sorprender por el color de su mezcla de torrefacto, lo cual quiere decir que por lo menos sean de Angora los gatos que nos den por liebre.

La ciudad, como todas, se está llenando con la nueva moda franquiciada de las boutiques del café. Locales bastante acogedores y simpáticos, por cierto, puestos con buen gusto, siempre una pared de ladrillo visto, siempre unas pizarras con anotaciones en tiza, como tabernas irlandesas, con unos veladores con tapa de mármol, un largo mostrador a menudo con barra de verdad, bruñida barra de latón que lo recorre, donde te sirven toda suerte de clases y procedencias de café. Echo en falta, empero, la carta de cafés. En estos lugares exquisitos te sirven Colombia, o Kenia, o Puerto Rico... ¿Pero de qué marca? Pues anda que no hay marcas de café en Colombia... Es como si todos los riojas fueran Rioja, y no marqués de esto ni marqués de lo otro, no añada del 96, no reserva del 92, sino, ¡hala!, Rioja. Es como si las cartas de vino de los restaurantes se limitaran a poner una lista de denominaciones de origen: Rioja, Ribera, Penedés, Condado, Jumilla, Valdepeñas... Pues anda que no hay riberas en la Ribera del Duero ni hay blancos distintos en el Condado de Huelva.

Los adictos al café tendríamos, como consumidores, que dar el golpe de estado y conseguir que nos sirvieran la marca que pedimos. Me acuerdo del viejo pasodoble publicitario del Fundador, cuando en Jerez se hacían aún coñac, antes del pleito, y aún no brandis:

En la sencilla taberna
y el modernísimo bar
todo el que bebe y alterna
exige el mejor coñac.
Si el camarero pregunta
"¿Qué marca quiere el señor?",
no hay que no responda:
"Sólo quiero Fundador..."

Bueno, pues igual que el cliente del pasodoble publicitario del Fundador, cuando pedimos café tras los postres de un restaurante medio buenecito, nos deberían preguntar qué marca de café queremos. No es lo mismo La Estrella que Saimaza, ni Catunambú ni el Malongó. Si para la comida he pedido, y me han traído, Marqués de Cáceres del 95, ¿por qué me van a dar tras los postres un café de garrafa, un café que sabe Dios de dónde viene y cómo es?

Y nada digo del té. No hablo ya del escapulario de Santa María Hornimans, que muchos exigimos, por la antigua observancia, que nos lo pongan por lo menos dentro de una tetera y no metido en un vaso, como muestra orgánica de laboratorio en formol. Hablo de las muchas clases de té que hay, a las que se pertenece con lealtad de secta. Bajas al comedor de los hoteles que presumen de buenos, tomas asiento a la mesa, se te acerca el camarero para anotar la comanda del desayuno en el espantoso bufé de las mortadelas pseudoalemanas y las como hormigoneras de huevos revueltos, y le dices:

-- Voy a tomar té. ¿Qué marcas tienen?

-- No, solamente tenemos Dueños del Loro... Todo el té es marca Dueños del Loro...

Y te quedas sin tu Hornimans de cada mañana, sin tu Lippton de cada tarde, por sólo citar dos de las marcas más conocidas, aparte de esos espantosos Dueños del Loro que parecen los amos de los desayunos adocenados de toda la hostelería española. No digo ya que tengan el té inglés exquisito que acopias en Harrods cuando vas a Londres, del que te traes cuando, en Marbella o en Barcelona, acudes al culto de las maravillas que María Vidal tienen en Semon. Digo algo más elemental, como que nos dejen elegir marca de café o marca de té. Nada, no hay forma de que en aquella misma mesa donde a las 3 de la tarde podrás pedir el blanco Pesquera o Waltraud, a las 8 y media de la mañana puedas pedir tu té Hornimans de siempre o tu sevillano Catunambú de toda la vida.

Como que los consumidores deberíamos corporativamente tomar cartas en el asunto y exigir en los sitios medio buenecitos cartas de cafés y cartas de té, del mismo modo que en algunos lugares como Dios manda hay ya cartas de aguas minerales.

(Publicado el domingo 25 de junio del 2000)

 

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