Los
asientos de rejilla de rafia que les ponían por el verano a
las butacas del Coliseo España. ¿Has dicho Rodrí? Enchufa el
Askar. Feliz sin dolor, feliz sin dolor, feliz sin dolor
todo el día, Calmante Vitaminado te devuelve la alegría. La
academia de baile de Enrique el Cojo en la calle Espíritu
Santo y el cuadro flamenco de niñas bien que organizó para
actuar en París. El almacén de comestibles de don Moisés
Abascal en La Encarnación, donde se surtían las pequeñas
tiendas de comestibles y su balcón lleno de flores, que
siempre ganaba el concurso. La relojería Nicolau de la calle
Feria, por donde pasaban a diario muchas personas para poner
sus relojes en hora con el cronómetro Zenith de su
escaparate.
Los taxis pintados de amarillo y negro. Los autobuses
municipales pintados de celeste. El bodegón Pez Espada en
Hernando Colón, con puerta trasera a Cabo Noval. El Cristina
Multicines. Los aparatos de radio Marconi que vendía
Comercial Auto Tractor en la calle Adolfo Rodríguez Jurado.
Los retiros espirituales en la Casa de Ejercicios del Cerro
de los Sagrados Corazones. El pelo cardado. El pelo
esculpido a navaja. Los pantalones de pata de elefante. El
detergente Bio-Saquito, que contenía en su interior animales
de plástico que se coleccionaban. El detergente Betis de
Persán. El chicle Bazooka vendido en porciones cortadas con
una navaja en los puestecillos de chucherías. Los caramelos
Damel, con sabor a avellana, cacao y café. Casa Bautista,
comestibles y bebidas, con la cantante Conchita Bautista
como cajera, en la calle Trajano esquina a Conde de Barajas.
El anual homenaje en el mes de junio a los hermanos Alvarez
Quintero en su glorieta del Parque, donde el Padre Estudillo
oficiaba una misa y actuaba luego toda la Agrupación, con
Salvador de Quinta, Emilio Segura, Rosalía Jiménez, Eulogio
Serrano, etc. Las almendras garrapiñadas de Gavira en La
Campana. El Hotel Márquez en la Plaza Nueva, con sus
sillones de mimbre a la puerta por el verano. La fábrica de
lámparas del Porvenir. Las pelotas de piel de colores
rellenas de serrín que vendían en los puestecillos de
chucherías, con una goma que se metía en el dedo para
botarla contra la palma de la mano. Las cariocas. Los
pitagol. El pan bombón del Bar Puerto Rico, en Tetuán
esquina a Rioja. El pub Abades 13. Enciclopedia Alvarez. Los
libros escolares de la editorial F.T.D. Las cartillas de
Palau. La papelería Liñero en el callejón de Oropesa. El
Mesón Puerta Jerez. Antonio Romero en su tienda de Arte
Floral de la calle Maese Rodrigo, preparando centros de mesa
para el Hotel Alfonso XIII o para el Alcázar. Los asientos
de madera de los autobuses. Los bolígrafos Carioca de 24
colores.
La parroquia de Los Remedios antes de construirse el templo,
funcionando en la Escuela de Peritos Industriales. Helados
Ballester, con fábrica en la calle Mendoza Ríos. Ir a por
hojas de moreras a la calle Alfaqueque y a Eduardo Dato. Las
jarras de cristal de cuello largo con tapa de baquelita
negra en los veladores de mármol de los cafés. John Edward
Thomas (el mister del British Institute) sentado leyendo con
su vaso de vino Savin en la galería o en el patio de la
calle Federico Rubio. Las rifas de pasteles a la carta mayor
de los naipes. Venir del Porvenir por la Avenida de la
Borbolla, llegar al cuartel de Ingenieros a la hora de la
bajada de bandera, y todo el mundo quieto y firme escuchando
la Marcha Real al toque de corneta. Elena la de las Bolsas
por la calle Francos. El cine de verano de La Pañoleta, que
se veía desde la autovía de Huelva. Las azoteas llenas de
antenas de televisión. La estufa catalítica. La central
térmica del Prado, donde ahora está la sede de
Sevillana-Endesa. (Redactado con recuerdos enviados por los
lectores al correo:
[email protected] ) ANTERIORES TEXTOS DE ESTA SERIE:
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