Tiene
en la mano derecha una palma, y como en Sevilla la palma es símbolo, más que del
martirio, del Domingo de Ramos, con esa carita de niña parece de La Borriquita. Y si en
una mano lleva Sevilla, en la otra presenta las armas de Triana: un escudilla y un tazón
de alfarería, de aquel Arrabal y Guarda cartujano, pintor de loza, que lo mismo pintaba
palanganas color de rosa que de la color del cielo, Purísima y oro, pintaba las tallas
para el agua más fría que la nieve. Hablo de Santa Rufina. Por fin el azar de la
historia ha hecho justicia a Santa Rufina. Sabíamos que Velázquez pintó la verdad del
aire de Madrid y de la luz de Sevilla. Sabíamos que era justiciero, que hasta le daba su
sitio a su esclavo Juan de Pareja, que era de la cofradía de Los Negritos. Desconocíamos
que en honor a la verdad y en honor a la justicia, Velázquez hubiera pintado sola a Santa
Rufina, sin tener al lado de carabina, en sus amoríos con la Giralda, a Santa Justa.
Santa Rufina es una mártir que ha sufrido un doble martirio. En vida, por decir que no le
gustaban las procesiones de Venus, que ella estaba allí con sus cacharros esperando la
cofradía de la Esperanza, le quebraron la loza que vendía por Triana como Fernando
Morillo Lasso vende alhajas, la metieron en la cárcel, la echaron a los leones en el
Campo de los Mártires. Perrerías hizo a San Rufina el señor Diogeniano, que era
entonces el delegado del gobierno en la Bética, como Pepe Torres, pero en romano y en
mala leche con los cristianos. Muerta y elevada a los altares, Santa Rufina siguió
pasando el quinario de La Estrella. Porque fue condenada a ser la hermana de Santa Justa,
algo así como Tomás Campuzano está condenado a ser el hermano de José Antonio
Campuzano y Pepe Luis Vázquez, el hermano de Manolo Vázquez. Santa Rufina es como una
ruló que tiene enganchada la muy ferroviaria Santa Justa: "Santa Justa y
Rufina", decimos siempre. Cuando salen en el Corpus, aguantando a la Giralda, antes y
ahora, que la sostuvieron en 1755 contra el terremoto y ahora contra los calonges y los
maestros mayores, dice la gente: "Ahí va Santa Justa y Rufina..." ¿Por qué no
invertir los factores? ¿Por qué no Santa Rufina y Santa Justa?
Por esto creo que el cuadro
velazqueño de Santa Rufina, perdido y hallado al tercer día entre los doctores en arte
de la sala nuevayoreña de Chisties es un milagro de la santa alfarera de Triana. Su
venganza. En ese cuadro (que debe venir a Sevilla por cierto), Santa Rufina está diciendo
aquí estoy yo ante la historia, ante la ciudad... y ante su hermana. Santa Rufina ya
está harta de ser una más en la habitual galería fraternal sevillana, donde siempre hay
un Gustavo Adolfo que suena más que Valeriano, un Don Antonio que eclipsa a Manuel. Con
esa carita de niña, qué dolor de hija, Santa Rufina está como pidiendo justicia ante
eso de que la dejen siempre como plato de segundo mesa. Para cual muestra su plato de
cerámica, para que comprobemos que es igual, si no mejor, que el de Santa Justa. Y nos
enseña la palma de martirio, como diciéndonos: "No, aquí, no; donde es un martirio
salir es en la iconografía, en el Murillo del Museo y en el Goya de la Catedral, que
estoy allí como hermana de mi hermana". Desde la foto de los periódicos, como sabe
que soy mucho de ella, Santa Rufina me ha hablado y me ha dicho: "Esto es un milagro,
Burgos, que aparezca el retrato tan bonito que me hizo don Diego. Mire usted, ya estaba
harta de ser la hermana de Mienmana. Siempre me mientan después que ella. A ella le han
puesto en Sevilla hasta la estación del Ave, y a mí, mire usted, ni una estación de
servicios en el Polígono Store..."