Ni
cuando mi querido Niño del Sol
Naciente , antes de aquel trágico volteretón, toreaba en Alcalá de los Panaderos de la
mano del recordado John Fulton, con Curro Camacho con el alma en un puño por allí por el
callejón, había tantos japoneses. Llegué la otra noche al teatro de la Maestranza, el
de la continua Bienal Flamenca de las palmas a compás tras las óperas, convidado por
Soledad Becerril a un rito de obligado cumplimiento para los que profesamos la doble
andaluza y villaloniana militancia de Cádiz y Sevilla, y aquello parecía el Metro de
Tokio a las siete de la mañana. No es que yo haya estado en el Metro de Tokio a las siete
de la mañana, cuando voy a Tokio no me levanto tan temprano. Pero si no hay japoneses a
las siete de la mañana en el Metro de Tokio , ¿dónde los va a haber, joé? Pues en la
Bienal de Flamenco de Sevilla...
Dios mío de mi alma, qué
cantidad de japoneses. Japonesas más bien. Con el ábaco de la aritmética flamenca de
Agustín el Melu, yo calculo que allí en el teatro de la Maestranza, viendo el
maravilloso montaje de Mario Maya sobre mi "Habanera de Cádiz" y otras dulzuras
guajiras de los cantes de ida y vuelta y de Pericón yendo a tomar café a La Habana con
el cigarro encendío, habría por lo menos siete mil millones de japonesas. Y eso, tirando
corto.
Con lo grande que es el mundo,
me sorprende siempre que sea el Japón la nación donde más ha arraigado el flamenco. En
Japón dicen que hay más academias de baile que en Sevilla, por la misma regla de tres de
que en Madrid hay más restaurantes vascos que en Euskadi o que en Málaga hay más
mesones serranos que en Jabugo. En Japón dicen que las guitarras las fabrican en serie y
las venden por cientos. Todo flamenco que se precie nos ha contado su gira por Japón,
donde los hallares se llaman yenes, que se los traen a espuertas, de los éxitos que
tienen y de los contratitos tan buenos que firman. Me sorprende lo del Japón porque lo
más lógico sería que el flamenco tuviera su tercera patria, después de Andalucía y
tras los gitanos y emigrantes de Cataluña, en algún país de raíz hispana, por ejemplo
en México. En México hay caballos, toros, gallos de pelea, todo lo que le gusta a mi
flamenco amigo don José el Manteca, obispo emérito de La Viña gaditana. Todo cuanto es
el universo estético del cante, el baile y el toque. Por haber, hay en México hasta
guitarras. Y no sólo guitarras; incluso guitarrones en los mariachis. Pero no hay una
desmedida afición por el flamenco, a pesar de los éxitos que tuvo allí Lola Flores.
Suárez Japón, que es buen aficionado y que viene de los Japones de Coria, tendría que
explicarnos las razones culturales y sentimentales de este arraigo de las claritas del
día del cante de los cabales en el Imperio del Sol Naciente.
Con el teatro lleno de
japonesas de Madame Buterfly y de japoneses de Tora,tora, vi que el jerezano
Manolo Ríos Ruiz saludaba como de la familia a una japonesa, que le decía:
--- Mi arma, Manolo, qué de
tiempo sin verte, niño...
Conozco estos saludos de los
japoneses. Curro Romero se tira de risa cuando oye al Niño del Sol Naciente saludar a
alguien, flamenquito:
-- ¿Cómo estás, corazón?
Preguntéle al poeta Ríos
Ruiz quién era la japonesa, aquella Michiko tan flamencona, y me dijo:
-- Es crítica de flamenco del
periódico más importante de Tokio, y se pasa aquí toda la Bienal, mandando crónicas
todos los días. Y no veas el compás que viene...
Me entero luego de que
en la Bienal imparten cursos de baile, de guitarra y de percusión. Lo de percusión es el
cajón flamenco, me imagino, de modo que dentro de nada no habrá coro rociero que se
precie que no lleve a un japonés como encargado de la parte del cajón. Es de cajón, con
el compás que llevan dentro estos nipones. Si Sender viviera, tendría que cambiar la
tesis de Nancy. Ya no hay tesis de Nancy que valga. Ahora es el compás de Chizuko Otsuka
o la vueltecita con tanto arte que se pega Ikiko Tecta.