González
también es Pepe Barrionuevo
A Barrionuevo lo que de verdad le gustaría a
estas alturas de curso judicial del 98 es llevar una pegatina que pusiera: «Yo tampoco
soy Pepe Barrionuevo». Las pegatinas las carga el diablo. Si todo el que se hubiera
puesto una pegatina diciendo que era también Barrionuevo se la hubiese tenido que comer,
las urgencias de los hospitales de Almería estarían hasta la corcha. Nada más indigesto
que una pegatina. ¿Con que «yo también soy Pepe»? Pues, hijo, lo siento mucho, si eres
Pepe, o te comes la pegatina, o de momento 12 + 1 añitos entre pecho y espalda y después
ya veremos.
A PESAR del atracón, el PSOE sigue con la
pegatina de la inocencia de Pepe puesta aún después de filtrada la sentencia. Se filtró
la sentencia «y ya está», ¿pasa algo? (En la chulería de Aznar en Ankara sobre el
Etín, suelto de capotes de Miguel Angel Rodríguez, faltó la media verónica final del
«¿pasa algo?», con lo que estas cosas quedan más arrematadas y perfectas. Miren qué
frase redonda se perdió Aznar: «Sí, lo hemos cerrado nosotros y ya está, ¿pasa
algo?». Pues pasa que ya no hablamos del Etín.) La sentencia la ha filtrado Aznar para
que no hablemos del Etín ni de la bajada digital de pantalones. Claro que esas frases
redondas, limpiándose en las cortinas, eran las que pronunciaban los amiguitos de Pepe
cada lunes y cada martes. Las que sigue pronunciando González, mientras reparte carnés
de acatamiento de la Constitución. González sí que lleva pegatina. Este hombre, hasta
que se muera, sí que llevará ya el GAL y los fondos reservados como una pegatina. Ese es
el que de verdad tiene que llevar ahora esa pegatina que dice: «Yo también soy Pepe
Barrionuevo». Ese sí que es de verdad Pepe Barrionuevo, aunque se haya ido de rositas y
de puñitos. Ese sí que lleva ya en todo lo alto la condena de doce más uno años... Que
digo yo que con la de números que hay, los magistrados ya podrían haber escogido otro
dígito con mejor bají que el manteca para el Ausente del Banquillo del Supremo.
El fuego como de Cuenca, un trauma
Aquel terrateniente presumía con sus
amigos del casino provinciano de que todo lo de sus latifundios era lo mejor. ¿Se hablaba
del trigo? Su cosecha era la mayor. ¿Saca del corcho? El de sus montes se lo quitaban de
las manos los corchotaponeros de Gerona. ¿Toros? Los suyos, los más bravos. Hasta que el
terrateniente se fue a veranear a San Sebastián, un tórrido verano que llenó de
devoradores fuegos los campos. No escaparon sus cortijos a los incendios. Y los amigos del
casino, hartos de sus vanaglorias, le pusieron un telegrama que decía: «Fuegos en todas
las fincas de Andalucía punto Los tuyos, los mejores». Me he acordado de aquel señorito
de mi tierra viendo la vanagloria del terrateniente Pujol cuando ardían sus latifundios.
En las charlas del casino provinciano de las autonomías, lo del señorito Jordi siempre
tiene que ser lo mejor. ¿Participación en el IRPF? La mejor, la suya. ¿Transferencias?
Las suyas, hasta el último guardia civil de carretera. Desde algún lugar de la arrasada
Galicia, de la Andalucía esquilmada por los lodos tóxicos, podían haberle puesto el
telegrama terrible de la guasa: «Fuegos en todo el Estado punto El tuyo del Solsonés, el
mejor». Tan mejor, que allá que fueron todos los medios de lucha contra incendios de
España. En materia de incendios forestales es sabido que hay fuegos de primera, fuegos
históricos, y fuegos de segunda, fuegos del 143.
FUEGOS MUCHO mejores que los de Cuenca. Cuenca
es siempre un trauma, como dice esa consejera de Justicia que tiene nombre de máquina
registradora: Núria Gispert. Nada, se ha comprobado que todas las llamas eran
absolutamente catalanas, porque es un trauma encontrarse con lenguas de fuego de Cuenca
junto a Ripollés. La normalización lingüística debe incluir las lenguas de fuego.
(Convendría que la consejera con nombre de máquina registradora pensara también en el
trauma de los hispanohablantes, cuando en TVE nos dicen en castellano que «el president
de la Generalitat ha ido a Lleida»...)
El trono como puesto de trabajo
Pues Felipe Juan Floilán de Todos los
Santos («llamadlo sólo Felipe Juan») será el tercero en el orden de sucesión al
trono, pero cuando su augusta madre, junto con los egregios abuelos, lo sacó al preclaro
jardín para que le hicieran la solemne fotografía, Doña Elena estaba sentada... ¡en
una silla de oficina! Sí, una silla de ésas que tienen abajo cinco o seis ruedecitas y
una palanca en el eje-émbolo para subir o bajar el asiento. Con lo cual el excelentísimo
señor Duque de Lugo me ha defraudado bastante. Soy ferviente partidario del Duque de
Lugo, siempre en un punto. Prendado quedé por la celeridad con que acudió a la clínica
cuando la Infanta se puso de parto, que habiendo ingresado ella a las 10 de la mañana y
habiéndose podido presentar a las 10 de la noche fue tan raudo que a las 2 de la tarde ya
estaba allí... Luego me maravillé de la informalidad del atuendo en la madrugada del
parto. Don Jaime iba, vamos, como todos los españoles en tales circunstancias: de traje
completo con chaleco, que es lo primero que todos los padres primerizos se ponen para ir
al Maternal del Seguro a las 2 de la mañana, el traje con chaleco...
UNA COSA tengo segura: en lo de la silla no ha
intervenido don Jaime. Hubiera sido una silla de trono y tronío. Por lo menos la Silla
Barcelona de Van Der Rohe o una silla de primo Luis XV. Es la traición de la imagen. Para
los Reyes, en su magnífica profesionalidad, posar ante los fotógrafos con el nieto es un
acto de trabajo. La silla era, por tanto, un puesto de trabajo. Yo lo veo por otro lado.
Las fotos las carga el diablo de la Historia. El objetivo no ha abolido la Pragmática. Y
pone al hijo habido por la Infanta en matrimonio morganático no en el orden de sucesión
al trono de diseño que se han inventado, sino en la silla de oficina de lo que es: un
señorito particular. Sí, excelentísimo señor; pero excelentísimo, sin ir más lejos,
es el señor González. Eso de tener un excelentísimo señor ocurre en las mejores
familias. Hasta en la Familia Real.