Paco
Mira, aquel fantástico objetor de conciencia que, como estaba tan recomendado por la Casa
del Rey, lo pusieron de jefe del Mando Aéreo del Estrecho para hacer la prestación
social sustitutoria, lo llamaba cariñosamente "mi primo el de Zumosol". Yo le
llamo no menos cariñosamente "Agustín el militar", por la historia que cuenta
Jesús Quintero. Que cómo será de negro Finidi, que en su pueblo de Nigeria le llamaban
El Negro. O como la crueldad que sus congéneres se gastan con ese cofrade sevillano, que
cómo será de fundamentalista, que los propios capillitas le llaman Pepe el Católico.
Cómo será de militar Agustín Muñoz Grandes, que, con la de ellos que hay, cuando con
mis amigos hablo de "Agustín el militar" saben a quién me refiero. Un militar
al que más que las medallas, se le ven en el uniforme los artículos de la Constitución.
Hablamos mucho del sentido
constitucional de los Ejércitos, pero no caemos en la cuenta de lo que tiene que haber
sido de duro para aquellos que en las academias militares fueron educados para todo lo
contrario. Obediencia y disciplina se llama la figura, que para ellos es tan elemental que
los paisanos no llegamos a comprenderla. Entiendo a los militares españoles de nuestra
época comparándolos con esos militares a lo divino que son los jesuitas, tan militares
que forman en orden de Compañía bajo el mando de un general. Los jesuitas, que fueron
instruidos para formar y enseñar a los ricos, pasaron con el general Arrupe a entregarse
con la misma fe en el servicio a los pobres. Los militares como Agustín Muñoz Grandes,
igual. Formados en las academias para defender el orden absoluto del Estado de la
Dictadura, asumieron con mayor entrega aún el servicio a la sociedad soberana que refleja
la Constitución. De ser portadores de los valores eternos del "ordeno y mando"
pasaron a ser unos mandados por el poder civil.
Tuve pruebas de este
constitucionalismo de Muñoz Grandes cuando mi hijo, objetor de conciencia como Paco Mira,
por culpa del retraso del papeleo civil se veía abocado a tener que presentarse en un
cuartel de Canarias al toque de diana. Expuse el problema a Muñoz Grandes, y cuando
creía que iba a oír el clásico discurso militarista contra los objetores, me dijo:
-- Ese es un derecho
reconocido por la Constitución, y nosotros lo que tenemos que hacer es llevar a cabo su
cumplimiento.
Gorros fuera, mi general.
Primer tiempo de saludo. Y no se ha dicho, pero comprendo el dolor que para Muñoz Grandes
supondría tener que ejecutar la disolución de unidades militares históricas, El
Sangriento de Infantería, el regimiento de la carga de Caballería de Tardixt. Lo hizo y
punto. Y, de paso, salvó la banda de Soria 9, porque sabe lo que a los sevillanos nos
gusta un tambor y una trompeta, hasta a los sevillanos rojos perdidos como Salvador
Távora. Tengo que preguntárselo a Jueni, su magnífica mujer, pero para mí que a
Agustín Muñoz Grandes se le notará que es militar hasta en pijama. O se le notará
cuando, desde hoy, por esa fuga interior de cerebros que son las leyes de la jubilación
civil y de la reserva militar, deje el uniforme y el mando de la Capitanía General de
Andalucía.
Mucha tarea le queda a Muñoz
Grandes. Le he animado en privado, y vuelvo a hacerlo en público, a que aproveche las
horas de la reserva en la redacción de sus memorias. Porque la memoria de Agustín no es
sólo la de un general constitucional del Rey Don Juan Carlos I, sino la de una ilustre
familia militar española. Agustín Muñoz Grandes debe escribir sus memorias y los
recuerdos de su padre, porque será escribir la historia de la mentalidad militar
española a lo largo de un siglo y desde dentro de una sola familia. De la guerra de
Africa a la labor humanitaria en Bosnia, pasando por los frentes rusos de la División
Azul, en el uniforme de mi admirado y respetado general Muñoz Grandes se ve, junto con la
fidelidad a la Constitución, mucha Historia de España. Tiene el deber histórico de
escribirla y no dejar que se pierda su memoria.