Estábamos en el Alcázar, en el premio Fernando Lara, cuando
Consuelo Ferrand, la viuda de ese gran Manuel Ferrand ahora rescatado con su libro de los
jardines de Sevilla, hablando como estábamos sobre no recuerdo bien quién, me dijo:
-- Sí, me extrañó no verlo
en el entierro de Javier Smith...
-- ¿Pero Javier Smith se ha
muerto?
-- ¿Ah, no sabes que Javier
se ha muerto? Sí, le dio un ataque al corazón, en agosto...
En agosto... Inmediatamente
pensé: los muertos de agosto. Los oscuros, ignorados, olvidados muertos de agosto. Esos
amigos que se van de la vida cuando estás de viaje, en la playa, por el extranjero
quizá, lejos de la ciudad, cuando no lees sus periódicos ni, en ellos, las papeletas
mortuorias del el rito de cada mañana, terrible carné de baile de qué telegrama de
pésame hay que poner, a qué entierro hay que ir. En agosto, cuando estás fuera, no te
enteras de la desaparición de los amigos por el terrible tan-tan de la muerte, teléfonos
de las malas noticias. Los hay que gustan de antes que otra cosa, decirte quién se ha
muerto. Julio Iglesias me contaba una vez en Miami que tal le ocurría con su padre, el
doctor Iglesias, que lo llamaba desde Madrid sólo para darle la noticia de la muerte de
medio barrio de Salamanca, hasta que le dijo un día:
-- Papá, a ver cuándo me
llamas para decirme que alguien ha tenido un hijo...
Nunca te enteras en su momento
de estas malas noticias de los muertos de agosto. A veces, quizá mejor. Yo nunca hubiera
querido enterarme de que Javier Smith ha muerto, Hubiera preferido recordarlo siempre
vivo, en su apartada casita de Matalascañas, escribiendo de cuando en vez en los
periódicos de Sevilla que durante tantos años hizo en madrugadas, aquellos amaneceres de
los cierres con plomo a las cinco de la mañana. Malas noticias se llamaba
precisamente su único libro de relatos . Aquel libro que Javier no quería que leyera
nadie, hasta el punto que nos enteramos que había comprado la edición entera y la había
encerrado dentro de un baúl. Javier Smith ha sido tímido hasta para morirse, siempre
entregado a los demás. Cuando me hablan de maestros del periodismo, me acuerdo de Javier
Smith. Fue mi maestro en este duro oficio de poner titulares, de cortar teletipos, de
cerrar páginas. Promociones enteras de alumnos en prácticas se formaron bajo su
experiencia, como redactor jefe de ABC primero, como subdirector de El Correo de
Andalucía o como director de Nueva Andalucía. En los periódicos de ahora veo destacar a
muchos discípulos de Javier. Aunque no quisiera reconocerlo, como aquel libro que guardó
en un baúl, son su mejor obra.
Javier Smith tenía lo que
entonces en el oficio se llamaba casta. Yo lo he visto, una madrugada, cambiar dos veces
la primera, rehacer Deporte de arriba abajo. Ah, el deporte... Su padre, Mr.Smith, un
ingeniero que llegó a Sevilla con el agua de los ingleses, había sido jugador del
Sevilla F.C. Y Javier fue uno de los grandes cronistas deportivos de su época, cuando la
crítica de fútbol era un género que se podía plumear. Hacía de un partido del Sevilla
un relato. Y tampoco se sabe la enorme influencia de Javier Smith sobre Alfonso Grosso.
Quien más animó a Grosso en sus comienzos fue Javier, sufridor de las locuras y
genialidades de Alfonso. Desde su timidez y su absoluta falta de presunción, Smith era
para los amigos una guía de lecturas, un crítico fiel e inflexible. Y con un muy
británico sentido del humor persiguiendo la perfección en el oficio: "El titular
que has hecho --me decía-- no es para tirar cohetes ni soltar palomas. Has puesto
"Kruschev habla a la ONU otra vez", te ha faltado poner "Kruschev habla a
la ONU otra vez, saludos Rafael"...
Hubiera preferido no enterarme
de la muerte en agosto de Javier Smith, maestro y amigo. Hubiera preferido seguir
creyéndolo vivo, en su casa de la orilla de la mar. Pero la vida, Javier, es siempre una
mala noticia.