Por
la calle Sierpes, camino del recital de Pastora Soler, venía Peregil el cantaor con Curro
Romero, explicándole cómo anda de bien con el capote un muchacho aficionado amigo suyo
que quiere ser torero. En esas paraditas que los sevillanos damos cuando venimos por
Sierpes con un amigo y queremos decir algo importante, el sobrado saetero de Manzanilla le
venía diciendo al Faraón, mientras con las manos le iba explicando los prodigios
capoteriles de su protegido:
-- Mira, Curro: el muchacho
coge el capote así, se lo echa a la espalda, y después, cuando ha pasado el toro, hace
así, lo tira por lo alto, se lo pasa por aquí...
No lo dejó el Faraón
terminar. Con esos hondos golpes de gracia que tiene Romero y la gente desconoce (Triana
pura más Sevilla), en viendo que Peregil hacía, como su protegido, tantas cosas con las
manos para arriba y las manos para abajo en el fingido capote, soltó el golpe:
--- Vamos... ¡el Mago
Tranlarán!
Y Peregil, tirado de risa,
como también saca la gracia más rápido que las pistolas de Gary Cooper:
--- Anda que no tienes tú
horas de Radio Sevilla en tó lo alto, Curro de mi alma...
Todos tenemos cientos de miles
de horas de Radio Sevilla en todo lo alto. Miles de horas de Rafael Santisteban, de Don
Pepe y su Sobrino, de Vicedo y Salustio, de Juan Bustos y Carmina Moron, de Diario Hablado
La Palabra, de conectamos con Radio Nacional, de Lastrucci, crea, fabrica y vende sus
muebles, de niñas, jovencitas, vuestros zapatos en Garach, Calzados Garach imponen la
moda, ¿y la fábrica donde es?, cerca de Puerta Jerez, Almirante Lobo, 3. Y Rafael
González Abreu, 4. Radio Sevilla... La Radio. Igual que el San Fernando era El Teatro, y
el Coliseo España era El Cine, y Gracia Imperio era La Revista, y Millán Delgado era El
Sastre, y María Repiso era La Modista, y el Cardenal Segura era El Cardenal, Radio
Sevilla era La Radio. Todo era único. Partido único. Plato único. España, Una, Grande
y Libre. Dios, Uno y Trino. El infierno donde íbamos de patitas por haber visto La
Revista en El Teatro también era uno, con una sola, inmensa caldera de Pedro Botero, como
la de los dibujos donde los negritos de la canción del Colacao (8,30 de la tarde, novela
Ama Rosa o La Segunda Esposa) metían a los exploradores del TBO.
No había más radio que La
Radio. Luego ya vino Radio Nacional de España, que Agustín Embuena, con lo que nos
divertía el Mago Tranlarán, se pasó a los nacionales de la calle San Pedro Mártir
desde la zona (nada roja) de Rafael González Abreu, 4. Luego ya vino Radio Vida, Radio
Peninsular, La Voz del Guadalquivir, que era La Voz del Tamarguillo en la guasa. Y aquella
única Radio era nuestra vida. Alma, vida y corazón. Crecimos al arrullo de la radio.
Cantaba Elder Barber, y era que había guerra en Ifni. Cantaba El Zorro, yo soy el Zorro,
Zorrito, para mayores y pequeñitos, y era que los americanos ya habían llegado, con
Raúl Matas, la canción más dulce, la que llega al alma y la que llena de alegría la
teníamos, du, duá, en Discomanía, que nos sabíamos todas las canciones de San Remo,
volare, oh, oh, oh, en el cielo pintado de azul, de azul Falange, azul SEU, de nuestros
sueños de La Radio.
Por lo que fue un milagro que
a aquella Radio tan Una, tan Grande, pero tan poco Libre, llegara un día Iñaki
Gabilondo, recordman de la recta final de La Hora 25, y llegaran los novelistas de la
Tertulia Literaria con Manolo Barrios, que era rojo perdido, hasta leía Le Monde, y
llegara don Antonio Mairena con Luis Caballero, republicanos perdidos los dos, a la
Tertulia Flamenca de Rafael Belmonte. Sólo así se explica que de aquella Radio tan
Única con que creció, nacieran las ansias de libertad y pluralismo de la generación de
los niños del Mago Tranlarán, que un día de diciembre se echaron a la calle para pedir
libertad y autonomía y para que, ahora, cuando, desde nuestros estudios cara al público
de Rafael González Abreu número 4, Paco Lobatón recuerde su retransmisión de aquel
4-D, quizá nos pueda encontrar (quién sabe dónde están ya) todas aquellas ilusiones...