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La Cartuja de Jerez |
Manuel Cisneros, el apoderado de Curro
Romero, es un aragonés serio y recto donde los haya. Hombre culto, lector fecundo,
conoce como pocos las miserias y grandezas del mundo de los toros. Y le tiene un respeto
impresionante a esta Sevilla en la que, como legado de Balañá junto a Canorea, ejerció
de sacerdote en las nupcias civiles entre la simbología de la ciudad y el mito del
Faraón. Cisneros es una insólita excepción de señorío en un mundo de chuflas como es
el planeta de los toros. Lo ves, y parece un catedrático de Instituto en alguna ciudad de
Aragón más que el clásico apoderado al uso de puro, tumbaga y poca vergüenza.
Cisneros, por ejemplo, me ha recomendado muchas veces que no deje de leer algún texto del
"Diario del Siglo XX" que entrega este periódico:
-- Mira lo de la boda del Gallo en México.
Es una cosa breve, pero enjundiosa.
Buen conversador, amigo de una buena mesa y
de una charla apacible y sosegada por tolerante, Cisneros es de la respetable estirpe de
los españoles que crecieron en familias republicanas. Sufrió la amargura de la derrota
de muchas ilusiones tras el Desfile de la Victoria. Y permanece por libre fiel a esas
ideas, defraudado como muchos millones de españoles por la esperanza en la izquierda tras
la recuperación de la democracia. Harto de coles como muchos rojos por el plan antiguo,
tiene el equilibrio de reconocer el mérito donde se halle, por encima de ideas y
creencias. Y suele acudir a menudo a La Cartuja de Zaragoza, donde es muy amigo del fraile
Ferrari, sí, Ferrari, como los coches, nieto del fundador de esa fábrica. Un ingeniero
italo-argentino que antes que fraile fue campeón de golf y tiene una apostura de galán
de cine. Algo así como Amigo Vallejo, pero en cartujo. Cisneros, que sabe callar como los
cartujos, admira la sabiduría de Ferrari, y un día de éstos, cuando vaya a embarcar
algo de Alvaro por la carretera de Medina, seguro que se para a visitarlo en las serenas
alamedas de la Cartuja de Jerez, donde el
seguidor de San Bruno acaba de ser trasladado.
Cisneros me hablaba con admiración de los
cartujos y, como es hombre que sabe degustar las bellezas (por eso apodera a quien
apodera), me decía:
-- Fíjate que los cartujos siempre
hicieron los monasterios en los lugares más hermosos... Aquí en Sevilla, al otro lado
del río, frente a la ciudad. En Zaragoza, en un lugar delicioso. En Jerez, ya has visto el paisaje de La Cartuja.
Son unos sabios. Tienen una serenidad y una claridad de ideas... Este Ferrari, hace ya
muchos años, me dijo un día que el futuro de España era convertirse en una sociedad de
servicios para Europa. Mira si lo tenía claro...
Cuando dejo a Cisneros y su sabiduría
cartujana, miro el azacaneo de Sevilla en fiestas y doy la razón al nieto de Ferrari el
de los coches. En Sevilla se cumple la ley cartujana. Aquí había una copla con un novio
cartujano pintor de loza y se ve ahora la copla de esta España de servicios de un fraile
cartujano pintor de futuros, al que las palanganas le salen tan bien dibujadas que
Cisneros está encantado con su sabiduría y hasta me ha hecho mirar a Sevilla reflejada
en su agua clara. Y, oh maravilla de las maravillas, hasta hay una tregua andaluza contra
Sevilla en estos días de la consagración de la ciudad de servicios. Matrículas de
Huelva, de Granada, de Málaga. Por unos días, el centralismo sevillano no existe.
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