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Un costalero del Cristo de las Aguas ha muerto
junto al Arco del Postigo |
Llevaba antiguamente el Arco del Postigo a una calle de barcos que iban a
La Habana, de cocheras de punto, de historias de embarcados, de entresuelos con libros que
llevaban los nombres de vapores de Ybarra, de collas de la estiba que cargaban naranjas
para puertos de América entre un olor a sogas, salazón y mareas.
Llevaba antiguamente el Arco del Postigo al
toque de retreta en el cuartel cercano, la campana lejana que avisaba que entonces se
abría en un bostezo el puente de San Telmo. El puesto de la carne recuerda todavía,
mirando a la capilla tan Purísima y Limpia, que el mundo entero entonces se le entraba a
Sevilla por el Arco glorioso que nunca derribaron alcaldes de progreso, Gloriosa
Septembrina.
San Fernando en la piedra, escoltado de
obispos, contemplaba en su trono, arriba, en la muralla, los carros de tinajas de aceite
de Minerva que dicen los antiguos le puso nombre al Arco. Junto al Arco, a la noche,
cuando la capillita se ha cerrado y en el suelo se esparcen las monedas, viene a veces El
Pali a contar las historias que los hijos del barrio sabemos como nuestras. El Arco es una
puerta que Sevilla abre al mundo; el Arco es bienvenida a todo lo que llega: ilustrados
franceses que vienen desde Cádiz, viajeros románticos de leyenda y de Biblia, vascos y
catalanes que nos fundan la feria, infantas que nos dejan el legado de un parque,
Montpensieres franceses de palacio y conjura,
montañeses de babi, mostrador y
alpargatas, gallegos que trabajan con Palacio en el muelle, don Isacio Contreras que pasa
saludando a un Santitos que fríe calentitos de papa. Más o menos la vida se ve desde
este Arco.
Por el Arco en los días de cera y de
tambores se van para Triana Esperanzas y Estrellas, le entran a Sevilla la Paz y la
Victoria, los barrios que liberan, con Cautivos, el centro,
un Profesor que dicta lección de Buena
Muerte, baratillos que vuelven con Vírgenes morenas, un Señor que hasta puede parar la
amanecida, y el Cristo de las Aguas del Lunes por la noche
volviendo a su capilla de las Atarazanas,
un reciente vecino que se ha venido al barrio para que Guadalupe esté cerca de América.
Carreteros antiguos en la calle Varflora
recibieron con lises a la nueva vecina. Y en la Acera del Negro y de efectos navales,
nazarenos azules, Piedad baratillera, a Las Aguas le abrieron estas puertas del Arco. Las
Aguas del Postigo le llaman desde entonces por el Cristo que viene por detrás de Correos
en la nana que oye el fiscal de su paso, que lo arrullan tambores a los pies del Alcázar,
lo despiertan cornetas por la casa del Pali cuando acuña la noche la Casalamoneda.
La piedra del escudo del Arco del Postigo
ha escrito en esta noche una nueva leyenda. Hasta ahora entre sueños el Arco te llevaba a
un río que acababa de descubrir América, que había todavía galeones de especias y a la
tarde llegaban goletas antillanas. La luna de esta noche de muerte tan gloriosa ha escrito
en esa piedra la saeta que escucho. Me dice exactamente adónde el Arco lleva, la boca se
le seca al Cristo de las Aguas:
- Aquí murió un costalero
- de Las Aguas del Postigo,
- y estas puertas se le abrieron.
- Pongo al Pali por testigo
- que este Arco lleva al cielo.
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