
Playa de Matalascañas
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Dicen que termina el otoño más seco
de los últimos 17 años, que no sé cuántos serán en euros. Cuando me llegan los
almanaques del año entrante, las agendas, cuando apunto citas para el mes de enero,
compruebo que el año nuevo, el último de los Noventa, tiene una cifra como de euro:
1999. Cuando aprenda a manejar la calculadora de euros que José Luis, el dueño del Bar
Pedrín municipal y famoso, me regaló el otro día en Cádiz, les diré cuánto es 1999
en euros. 1999 es un año con número de precio de rebajas. 1999 es número de rebajas de
enero. Ningún enero más enero que el enero de las rebajas en la cuesta de 1999. Nos dan
una peseta de vuelta cuando compramos el futuro con un billete de dos mil pesetas, de las
que nos despedimos. Mientras los ingleses están orgullosos de la libra esterlina, aquí
jubilamos a la peseta con la alegría con la que en Sevilla quitaron los tranvías. Parece
que con la peseta se van muchas penas, muchas penurias, muchos malos recuerdos de cuando
no había sociedad de consumo ni consumo de sociedad en esas dosis de caballo llamadas
Prensa del Corazón y Televisión Rosa.
Íbamos por la sequía. De un momento a
otro, los agricultores pedirán que declaren el campo andaluz zona catastrófica.
-- No, al que van a tener que declarar zona
catastrófica es a Rubio el de los paraguas de la calle Sierpes...
No llueve, ni hay perspectivas de que
llueva, y no se cumplieron ni las predicciones famosas de los americanos que te dicen los
camperos. Me sorprende esta alegría en el gasto de agua, con una virtual (¿se dice
virtual?) sequía en todo lo alto. Hasta que los pantanos no estén que se les vea el
fango del fondo, aquí no empezaremos a dejar de despilfarrar agua. No digo que pongan
restricciones por un otoño con sólo diez litros por metro cuadrado en el mejor de los
casos, pero lo del agua aquí también va por el rito de Santa Bárbara, que sólo nos
acordamos de su escasez cuando no hay ni gota ni gota, como en el anuncio de los dodotis.
La sequía tiene un lado bueno. Mañana de
vísperas de Nochebuena en la playa. He estado esta semana en dos playas, en dos
espléndidas mañanas de playa. Con una temperatura entre los 25 y los 30 grados, sin
exagerar. En Cádiz, playa de la Victoria, y en Matalascañas, playa de Torre La Higuera.
Dan gusto estas mañanas invernales de playa, con todo el sol picando... picando y
banderilleando. Al cambio, Florida. Al cambio, el Caribe. Me estoy tomando al sol, ante la
playa ante la playa desierta y el bellísimo mar, unos fideos con almejas en casa de
Manolo Baro, en el Paseo Marítimo de Cádiz, y pienso: "¿Por qué la gente se va de
vacaciones de invierno a Miami, estando aquí Cádiz a una hora de autopista de
Sevilla?" En la terraza no hay nadie. En toda la playa, como catorce personas y un
perro. Una maravilla. Sin brizna de viento. Pasa un amigo, me saluda, y con la gracia de
Cádiz me dice, cuando me ve de "invernante":
-- ¿Qué? ¿En Cancún, no, picha?
Sin gastar un duro en Iberia, en el Caribe
de La Habana con más salero. Y en Matalascañas, igual. Una preciosa playa, inmensa, de
Mazagón al Coto, desierta, con un sol de mangas de camisa y bronceador. Aquí, menos
gente todavía que en Cádiz. Cuatro personas en toda la playa. Como es la hora de comer,
no hay ni insersos, ellos con el chándal y ellas todas con el peinado modelo Amalia
Gómez. Bajo el sol pienso que José Núñez podría poner en regadío esta otra cara de
la sequía: el Caribe magnífico de las playas andaluzas en invierno. |