El Mundo de
            Andalucía, miércoles 12 de mayo  de 1999 
             
            
              
                
                  
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                    | Escudo de la Compañía de Jesús | 
                   
                 
                Letra de mujer, picuda, como de carta de novia. Como la letra de
                colegio de la madre del Rey. Letra, no sé, de las Damas Negras, del Sagrado Corazón, de
                colegio caro de Madrid. Me dice: "Querido Antonio: en primer lugar, me disculpo por
                robarte algo de tu muy valioso tiempo, en que lo emplees para leer estas líneas. En
                segundo término, por tutearte, pero te conozco de "casi" toda una vida a
                través de los medios de comunicación y nunca me olvidaré de tu columna (en ABC, finales
                de 1984) "Un coche blanco" o "Un Renault blanco". (Para exactitud
                tendría que consultar mi archivo personal). Y ahora quería decirte que mi hermano y
                padrino Cristian Briales S.J. murió en Las Palmas de Gran Canarias después de varias
                operaciones, todas como consecuencia de la primera. Padecía de estenosis lumbar y desde
                Navidades decía la misa en una silla de ruedas porque no podía poner un pie en el suelo.
                Yo estuve a su lado desde que ingreso en el hospital. Al segundo día los PP.JJ. me
                sacaron del hotel y me alojaron en su comunidad, en el cuarto del Padre Provincial --la
                Curia de la Bética reside en Sevilla. Me hicieron sentir mejor que en mi casa y me
                arroparon durante todo ese calvario. No es necesario que reces por el Padre
                Briales, sino a él. Pídele todo lo que necesites, que te lo concederá. Un fuerte
                abrazo, Teresa Briales Shaw."
                Pues te hago caso, Teresa, y le rezo a tu hermano, al
                recordado P.Briales, para que en la Torreblanca definitiva donde está consiga que nadie
                tenga que sufrir lo que él. En esta Sevilla alegre y confiada, P.Briales, seguramente ya
                casi nadie se acuerda de usted, de aquel calvario, cuando había aparecido asesinado y con
                signos de violencia un niño en Torreblanca y le echaron las culpas a usted. Nadie
                recordará probablemente que hubo una ligera decisión de la Policía, que, roneando de
                Sherlok Holmes a cualquier precio para apuntarse el tanto, dijo que en el maletero de su
                destartalado y pastoral Renault 12 de color blanco habían encontrado una fibra de un saco
                igual al que apareció con el cadáver del pobre niño de Torreblanca asesinado.  
                "Lo ha matado el cura, ha sido el cura",
                recordará usted, padre, que gritó el barrio entero. En aquella demagogia, nadie se
                acordó de la labor que usted y otros jesuitas hacían en aquella barriada de barracones y
                miserias. En aquella demagogia, nadie se compadeció de usted, cuando, con todas las
                pertenencias de su voto de pobreza metidas en una bolsa del Cortinglés, salió indefenso
                del Juzgado de Guardia hacia la cárcel. La Policía había dicho que usted había matado
                al niño. Algún ansioso de popularidad quiso hacerse famoso aun a costa de lo que luego
                se demostró fehacientemente como un lamentable error judicial. Y antes de que se
                demostrara que todo era falso montaje, hubo en aquellos días un cronista que poniendo sus
                recuerdos de Portaceli en la máquina de escribir, se atrevió a decir contra viento y
                marea que un jesuita comprometido con su tiempo y con su gente no podía haber matado a
                nadie. No tuve el menor mérito, P. Briales. Aquel artículo me lo dictó desde su cielo
                malva juanramoniano mi profesor, el P.Lorenzo Ortiz, otro santo de la Compañía. 
                Pasados los meses, Padre Briales, usted acudió una mañana
                a despedirse de mi y a darme las gracias, cuando marchaba a su nuevo, ignaciano destino en
                Canarias. Cuando sobrevino lo de Manuel Rico Lara, pensé en usted. Así que ahora que se
                le puede rezar, le rezo, cristiano Cristián Briales, para que nunca haya más Padres
                Briales ni más Ricos Laras.  
                La Compañía de Jesús en Internet: Guía de recursos
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