En la vieja ermita rociera había una que llamaban Sala de los
Milagros, cuyas paredes estaban tapizadas de ex-votos de hechos prodigiosos de la Blanca
Paloma. Cuadros deliciosamente naif con enfermos en sus camas, con soldados en sus
guerras, con marinos en sus naufragios recordaban los milagros. Y, en las paredes, manos
de metal, piernas de cera; trenzas cortadas de muchachas a las que la Virgen del Rocío
devolvió la flor de la vida; las muletas de los cojos que por su gracia habían echado a
andar, como en un pasaje del evangelio según la marisma. Ya no hay en el santuario Sala
de los Milagros, mas no por ello la Virgen deja de obrarlos. Ni porque no se cuelguen ya
en las paredes aquellos cuadros ha dejado de haber ex-votos. Este recuadro es, en
realidad, un ex-voto para la Blanca Paloma.
Como el mundo rociero es un pañuelo, para preservar la
intimidad del protagonista del ex-voto digamos que va haciendo el camino con Gines. Vamos
a decir que se llama Juan Manuel. No sé por qué van por esos caminos de Marlo y de Hato
Ratón, los miles de rocieros que se encaminan a la ermita. Sí sé por qué va Juan
Manuel. Allá por las Pascuas, empezó a perder peso. Le comenzó ese dolorcito. Sus
amigos lo notaban con mala color. Fue al médico. Lo que se temía, a su mujer se lo
dijeron abiertamente. A él le dijeron algo de una úlcera, palabritas conmiserativas. No
con la mosca detrás de la oreja, sino con un mosquitero entero estaba, ante tantas
pruebas, los tratamientos que su mujer le daba a pastilla pelada, sin caja ni mucho
prospecto de la medicina:
-- No, Juan, que el boticario se ha quedado con la caja.
Como la dan por el seguro...
Un alma caritativa, como suelen, le dijo una tarde que ni
úlcera ni nada. Que tenía lo que tenía. ¿Se habrá equivocado el médico? ¿Habrán
confundido los análisis? Fue a otro médico. Y lo mismo. Y por medio de uno en quien
mucha confianza tenían, hasta acudieron a otro famoso de Madrid. Y lo mismo. Esto era en
las Pascuas, cuando el Carnaval, por Semana Santa. Juan Manuel, cada vez peor, con ganas
de menos cosas, pero cada vez rezándole más a la Virgen del Simpecado de su hermandad
que tiene en la cabecera de la cama. Tenía que operarse, pero no quería. Porque esperaba
en la Virgen. El caso es que en la feria los mismos amigos de la mala cara empezaron a
decirle que lo notaban muy mejoradito. Volvió al máximo especialista en aquel zaratán.
Le dijo que había una cierta mejoría. Que iba a hacerle unas nuevas pruebas. Eran ya
días de cohetes de la novena, de preparativos de costo y carriola, de limpieza en la casa
del Rocío. A Juan Manuel le hicieron las pruebas. Y quedaron en entregarle los resultados
un lunes. Al lunes siguiente de la procesión de la Virgen por Almonte, como cada siete
años del traslado. Juan Manuel fue a verla. Estaba en una calle del pueblo, con su
angustia y con su esperanza. Venía la Virgem dando tumbos, a hombros de almonteños, muy
ligera. Cuando estuvo al lado, le dijo en silencio:
-- Si me vas a curar, hazme una señal...
Y la Virgen del Rocío, que parecía que iba ya a pasar de
largo, de golpe le fue vuelta por el sudor y las camisas rotas de los almonteños. Y le
vio la cara frente a frente. Sonreía. Así que al lunes siguiente, cuando fue al médico
y le dijeron que incomprensiblemente todas las pruebas, tan negras antes, habían dado
ahora inconfundiblemente negativo, Juan Manuel no se sorprendió. Por eso va haciendo el
camino con su hermandad. Por eso le he pintado este ex-voto.