He oído la historia referida a Abraham Lincoln, aunque se admiten
reclamaciones al maestro armero si no es de Lincoln. Que fue el hombre al servicio
religioso dominical en su parroquia y le tocó un pastor de éstos pesados, pesados, que
no saben cómo terminar la homilía. Sus buenos tres cuartos de hora se tiró hablando el
reverendo. A la salida del servicio, le preguntaron:
- -- ¿De qué ha hablado el pastor?
- -- Del pecado...
- -- ¿Y qué ha dicho?
- -- Que está en contra.
Como en el domingo del sermón de Lincoln,
cojo EL MUNDO del lunes y viene una larga carta de Alvarez Cascos. Veo en el desayuno que
la está leyendo Isabel mi mujer y le pregunto:
- -- ¿De qué habla Alvarez Cascos?
- -- De los perros...
- -- ¿Y qué dice?
- -- Que no le gustan.
Para Cascos, evidentemente, el domingo tuvo
que ser un día de perros, aunque luciera un sol espléndido en el congreso 12+1 del
Partido Popular. El perro es el mejor amigo del hombre, excepto si ese hombre se llama
Alvarez Cascos. Yo sabía que desde el doberman de Cascos, primo hermano o así del perro
asesino de Palma de Mallorca, a este hombre no le gustaban los perros ni en pintura. Pero
es que ahora no le gustan los perros ni en dibujo, sobre todo si es un dibujo genial de
Gallego y Rey. Yo me creía que la verdadera especialidad de Cascos era armar el follón
en Asturias, con la montera de pico puesta, metiéndose hasta en los charcos del descenso
del Sella, pero estaba muy equivocado. Su verdadera especialidad es la historia del comic.
Pregúntenle lo que quieran. Hasta el punto de que ha aparecido en la carta famosa casi
como viuda de Hergé, defendiendo su santa memoria y el legado histórico-artístico de
Tintín. No sospechaba que Cascos entendiera tanto de tebeos. Creía que era simplemente
un político del tebeo. Y no me imaginaba que el cabreo que debe de tener en todo lo alto
porque Aznar le ha hecho la petaca lo iba a pagar pegándole una patada a un perro en el
trasero de Pedro J. Ramírez. Sospechaba igualmente que Cascos era tonto. Su carta me lo
acaba de clasificar: es de los que llamo tontos con balcones a la calle. O a las cartas al
director.
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