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Tony Blair, de la cultura del té, no se
confundió de manzanilla en Sanlúcar |
Dicen que el
Internet lo carga el diablo, pero a mí me retroalimenta de temas, como me dice
Ignacio Camacho. Escribía ayer sobre los ritos del café, movido por un hermano de la Cofradía de la Columna que me mandaba una
botella de náufrago desde Palma de Mallorca. Y como el mundo es un ciberpañuelo,
hoy casi me da hecho el recuadro una sevillana de la diáspora, Concha R. Worth,
historiadora del Arte, que vive y trabaja en el Estado norteamericano de Georgia, total,
ahí al lado, en Palomares del Río, vamos, pero que me concede la merced de leerme todos
los días a través del invento. Concha tiene a Sevilla tan cerca como Manuel Mantero,
medio vecino suyo. Como que pronto les llegará a Georgia el quebrar albores de primavera
del primer azahar.
"¡Qué rico el café! Pobre hombre tu
compañero de Palma de Mallorca --me dice esta lectora de lujo--, y qué afortunado a la
vez; más liado que la pata de un romano en los bares de Sevilla, pero con la fortuna
infinita de poder tomar el mejor café que se sirve en el mundo entero. Porque aquí en
Estados Unidos te lo dan aguati total, que es "un americano" de los bares de
Sevilla, pero todavía con más agua. Si tu compañero vuelve a Sevilla en el verano,
recomiéndale un café con hielo. Y si se le ocurre pedir un té, que aprenda la otra
"tabla de los elementos del té". Y ya para el descabello, la muy variada (casi
en desuso) forma de pedir una cerveza: el tubo, la caña, el tanque, la maceta, etc. Casi
ná, como se suele decir: en la variedad esta el gusto."
De modo que ayer me quedé corto. Corto de
café, naturalmente, que es que una forma de quedarse largo de leche, que ésta es otra:
quién lo pide con leche desnatada, quién con leche entera, sin capar, quién hasta con
leche deshuesada, como llama displicentemente a estas formas "light" de
la leche quien sabe de ella tanto como Carlos Oriol Ybarra, el empresario lácteo de La
Coronela y de El Esparragal. En mi censo cafetero...
--- Adiós, Juan Valdés...
-- No, Juan Valdés está pintando un
cuadro para donarlo al Rastrillo, pero ahora vuelve...
En mi censo cafetero, decía, me olvidé de
la modalidad del hielo que me tiene que recordar Concha R. Worth. Y me olvidé del
americano, que es una forma de café que en las barras de los bares de Sevilla es como un
perenne Memorial John Fulton, como el que le está preparando Robert Vavra allá en su
tierra, que le ha sido más leve, con menor olvido, que la Sevilla que adoptó como patria
del corazón. Aunque nada como el té y como las infusiones, que son la nueva moda. El
individualismo del sevillano pidiendo una ronda de café se queda en nada al lado del
particularismo de las infusiones: un té hecho en leche, un té hecho en agua, una menta
poleo, un poleo menta... Con el gravísimo problema de la manzanilla. Convidamos al
almorzar vez a Pedro J. Ramírez y a Agatha Ruiz de la Prada en El Burladero, y se acercó
el metre:
-- ¿Les pongo una manzanilla mientras
eligen en la carta?
Y dijo Agatha:
-- Ah, muy buena idea. Una manzanilla tiene
que entonar muy bien el cuerpo, así, calentita...
La manzanilla a la que se refería el metre
era La Gitana o La Guita. Más que una infusión de manzanilla, a veces es una confusión
de manzanillas. (Bueno, las manzanillas de infusión también son de la guita: de la guita
horrible del escapulario que te meten dentro de la taza o del vaso en esta Sevilla que no
conoce la civilización de la tetera.)
Cartas al director
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