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Al Rocío no va ningún candidato a hacer campaña |
Llega el descenso del Sella, sidriña, piraguas, bollu, fabada, y
allá que está en chuflón de Alvarez Cascos, con el gorro picudo y con aquí-mi-señora Gema, para salir en la foto.
Llega eso de los troncos río abajo en la
Pobla de Segur, por donde Pujol perdió el gorro, y allá que está Borrell vestido de
tela mare regional, Coros y Danzas total, que se cae, que no se cae, hasta que, por fin,
¡plas!, se pega el costalazo y como dijo el otro en una historia que no tiene
absolutamente nada que ver con esta: "¡ Maricón al agua!"
Llega el día de San Isidro, con la Verbena
de la Paloma en la pradera goyesca del santo, con los pianillos del chotís, que sí, los
chulos con las chaquetitas de cuadros ajustaditas que dejan el culito fuera y ellas con
mantón de Manila y con vestido chiné, y allá que está Alvarez del Manzano probando las
rosquillas, el único día que se come una rosca, por eso lo sacan en la tele.
Llega el día de Sant Jordi, un libro y una
rosa, las Ramblas empetadas de gente de El Coronil y de Hinojosa del Duque que quieren
pasar por catalanes, las coblas de sardanas tocando La Santa Espina, todo el mundo
diciendo que son los más cultos de Europa, por aquí, y allá que está chupando
cámara don Jorge Pujol, con su eterna cara de primer tiempo de estornudo.
Llega la Semana Santa de Sevilla, y en el
balcón del capiller de la Macarena, la misma hermandad que no le pone crespones negros al
palio porque dice que no es su estilo, se dedica a pintar la mona convidando a salida de
la Virgen al presidente del Gobierno, que como no le gusta la Semana Santa, está siempre
representado por Ana Botella y por un inglés, o un irlandés, o un holandés, o un
francés, o algo terminado en és, pero que es primer ministro y está mangándole
a Aznar vacaciones en el Coto de Doñana.
Llega la Feria de Sevilla, y como sea
primavera de campaña electoral, allá que están todos los candidatos comprando claveles
a las gitanas y aceptando cañas de manzanilla y vasos de plástico de rebujito
sanluqueño, al borde siempre de la papa simpática, como luego en los toros, aunque no
les gusten los toros, allá que están ejerciendo de curristas de plastilina, de
neoconversos a la verdadera fe del Faraón.
Pero llega El Rocío y es una maravilla. No
aparece por las marismas ni un solo político, ni aunque estemos en campaña. El Rocío
puede con todo. Por poder, puede hasta con los almonteños, que ya es decir. Y puede hasta
con las campañas electorales. No está escrita, pero en los días del Rocío existe una
tregua electoral. Ningún candidato se atreve a ir al Rocío a pintar la mona. Ninguno
alquila una casa en la calle Moguer, como los nuevos ricos y los de la Cultura del
Pelotazo de Madrissss. Todo lo más, el alcalde de Huelva acompaña a la hermandad en su
salida, pero poquito. O el presidente de la Diputación de Sevilla le pone un ramo de
flores al Simpecado del Salvador, pero con poquitas flores. O la alcaldesa de Sevilla, no
sé, se acerca hasta Triana, donde es menos alcaldesa, y más con carretas desde la calle
Evangelista.
Maravillas del Rocío, que haya un millón
de personas y ningún candidato ose hacer campaña ante ellas a costa de la Blanca Paloma.
Cómo será, que Alvarez Cascos ni está ni se le espera, con lo que le gusta a Gema la
bata rociera...
En El Rocío nada más que hace campaña
Carmina Ordóñez.
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