Chincha rabiña, que esto no va por donde usted ha podido creer al leer el título. Aunque verde y con asas, quiero que el miércoles 18 en Basilea todo sea de triunfal como deseo. Y que se traigan lo que tienen que traerse por quinta vez. Vamos: blanco y en botella. Lo digo no como suelen los tertulianos, "negro sobre blanco", sino al revés: blanco Nervión sobre negro.
Este paragüero del que me he acordado a la hora de teclear estas sabatinas del habla sevillana en trance de pérdida no tiene, pues, nada que ver con ninguna ciudad suiza. Es que en pleno temporal del Rocío he visto por las papeleras de las calles de Sevilla algo que sólo se contemplaba antes en Nueva York, y que es, desde luego, más que el PIB, un signo de prosperidad económica: los paraguas rotos abandonados en la basura, con las varillas escacharradas o la tela rajada al ser vueltos por el ventarrón. ¡Prontito íbamos antes a tirar un paraguas a la basura, por muy descompuesto que estuviera! Eso nada más que lo hacían los americanos, que cuando llegaron a Morón y a San Pablo y vivían en pisos o chalés de Los Remedios, de Bami, de Santa Clara o de la Huerta de Santa Teresa, la gente decía de ellos, asombrada:
-- Fíjate cómo serán de ricos, que cuando se les rompen, las mujeres tiran las medias de cristal a la basura, en vez de llevarlas a una mercería para que les cojan los puntos. Y los calcetiones, igual: en vez de zurcir los zancajos con un huevo de madera, como hace mi madre, los tiran a la basura.
Con los paraguas ocurría lo mismo. De tirar un paraguas, nada. Sobre todo si era un paraguas de Casa Rubio, como uno de seda con puño de bambú que uso todavía y conservo como la reliquia de artesanía que es. Cuando se le rompía a uno el paraguas por la calle, se llevaba con todo cuidadito a casa, hasta que pasara con su pregón el que los arreglaba:
-- ¡Niñaaaa, el paragüero! ¡Los paraguas rotos se componen!
¿Reciclaje dice usted? Reciclaje entonces: el de la necesidad, el hambre y la miseria. Se guardaba todo. Las cuerdecitas azules y blancas de los paquetitos de Ochoa, se desliaban de sus nudos con mucho cuidadito y se enrollaban y guardaban, para lo que fuera menester. Los corchos de las botellas de tinto que Casa Morales servía a domicilio, se guardaban en un cajón de la cocina. Y la botella, o bien se devolvía el casco, o se guardaba para cuando pasara el de:
-- ¡Cambio globos por botellas!
Con botellas, vendiendo cascos de botellas vacías llevadas por los feligreses, el párroco González Abato, "el Padre Botella", sufragó la puesta en la calle de la cofradía del Cautivo del Tiro de Línea, que debería ser nombrado Patrón del Reciclaje. Y los periódicos atrasados se guardaban para venderlos por papel viejo. Sevilla, como el de cambio globos por botellas, como el que arreglaba los paraguas, estaba llena de oficios del reciclaje. Oficios perdidos. Palabras olvidadas. Siempre con sus pregones. Pasaba el sillero ("¡Niñaaaa, el sillero!"), que arreglaba los culos de las sillas de enea, echándolos nuevos o remendándolos con mucho arte. Pasaba el latero, o tenía establecimiento propio, como uno que había en la calle Conteros, frente a donde vivían los bisabuelos maternos del torero Rafa Serna. Pasaba el lañador. Reparaba las ollas de barro o los grandes lebrillos de lavar, soldando sus trozos con lañas. Todo se aprovechaba. Todo se reparaba. Los que vivimos aquellos años, seguimos conservando esta costumbre del reciclaje por el plan antiguo, no para preservar la Naturaleza (a la Naturaleza que le vayan dando), sino para los desavíos caseros, bajo el lema: "El que guarda, halla". No hay paquete que llegue a casa del que no guarde, muy bien deshecha y liadita, la cuerda que lo ata. Ni botella que se acabe sin que guarde el tapón. Por lo que pueda ocurrir. ¿Y tirar un paraguas en una papelera? Ni se me ocurre. Y eso que, ay, ya en Sevilla no hay más paragüero que ese triunfal que cae cada año, y que esta temporada (guasa verderona aparte) deseo que se lo traigan merecidamente otra vez, ahora desde las tierras donde inventaron el reloj de cuco, los chocolates Nestlé y el neutralismo.
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