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Campo del Sur y Catedral de Cádiz |
Perdonen que hable hoy de mí, pero
aprovecho la collá del recuadro para dar las gracias en público y por adelantado por un
premio que me concedió este verano el Ayuntamiento de Cádiz y que me entregan mañana,
Sábado de Carnaval. Que le entreguen a uno un premio en Cádiz el Sábado de Carnaval es
como si se lo dan en Sevilla el Domingo de Ramos.
-- ¿Pero qué premio es ése?
Pues un premio la mar de bonito. Tan bonito
como la mar de Cádiz. Los premios son de dos clases: los que se presenta uno y los que no
se presenta uno. Entre los que no se presenta uno, sino que el jurado lo propone, también
los hay de dos clases: trincando y sin trincá, según la clasificación que estableció
aquel Linneo de la gracia que fue Beni, que codificó esto del sin trincá cuando dio el
Pregón del Carnaval. Este premio
"Cádiz" (anda que el premio tiene un nombre feo...) es sin presentarse y
sin trincá. A mí en Cádiz nunca me gusta trincar, porque coger dinero en Cádiz me
parecería como si chuleara a una mujer que amo.
-- Pues anda que no hay gente que vive de
las mujeres con Cádiz..
Las habrá, pero no soy de ésos. Hasta el
punto de que el día que di el Pregón del Carnaval sin Trincá, fue para mí una
experiencia tan inolvidable que bajando la escalerilla del tablao de la plaza de San
Antonio estaba, cuando le dije a Carlos Mariscal, el concejal socialista de Fiestas:
-- Bueno, Carlos, usted me dirá qué se
debe aquí...
Jesús Quintero dice que en Cádiz hay que
mamar, pero yo le corrijo: en Cádiz hay que pagar. Hay que pagar por poder vivir tanta
belleza de ciudad, tanta gracia de sus gentes. ¿Cuánto vale un atardecer en la Caleta?
No hay dinero para pagar esa moneda de oro que se está poniendo allí en el horizonte de
malvas y celestes únicos, entre las olas que besan a dos castillitos...
-- Hay que ver las cosas tan bonitas que
dice usted siempre de Cádiz...
Pues por eso precisamente me han dado el premio "Cádiz", por este
servicio permanente que tengo montado de exaltación de la ciudad más antigua de
Occidente, que no tiene ni ruinas de lo antigua que es, que decía Pericón... El premio
es a la promoción turística de la ciudad, lo que, la verdad, me da un cierto complejo de
estar haciéndole la competencia ilegal a Mundicolor y a Viajes Halcón. Carlos Díaz, el
gran caballero socialista alcalde de Cádiz, me entregó en La Viña, entre mis amigos
caleteros, el título más bonito que tengo en mi biografía: "Embajador de
Cádiz". Embajador, naturalmente, ad honorem, que traducido resulta sin
trincá, pero en latín de los Balbos y de Columela. Ahora, Teófila Martínez, la
gran dama chicuca alcaldesa de Cádiz, me entrega el premio "Cádiz", que me
concedió un jurado compuesto por los que sí que de verdad trabajan por la promoción de
la Cuna de la Libertad, como son los empresarios hosteleros y los organismos turísticos.
Con este premio me hacen sentirme más que Julio César, que decía Pemán que fue el
primer veraneante de Cádiz. Soy veraneante, invernante, otoñante y primavereante y desde
luego carnavaleante, y caleteante, y viñeante, y achuriante, y mantequeante, y
sopadetomateante de Cádiz, la ciudad donde todas las calles conducen a una mar que cada
día amanece con un sol de tres mil años de libertades. Así que le tendré que decir a
la alcaldesa lo mismo que le dije otro día de Carnaval a Carlos Mariscal:
-- Teófila, tú me dirás qué se debe
aquí...
Antonio
Martín: "El tío de las Habaneras"
Antonio
Martín: "El tío de las Habaneras (segunda parte)"
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